Malas respuestas
Hace algunos años me enteré, a través de una convocatoria pegada en una de las paredes de la Facultad de Humanidad de la Unach, donde estudié, que el Instituto de Administración Pública de Chiapas ofrecería un diplomado sobre Administración y Gestión Pública (algo así era, ya no recuerdo con certeza, a lo mejor lo esté confundiendo con la maestría que imparten ahora, y que por cierto me gustaría tomar), y no sólo eso, prometía, además, a quienes concluyeran satisfactoriamente, la oportunidad de trabajar en alguna de las secretarías de gobierno del estado, ostentando un puesto directivo.
Frente a mí estaba la oportunidad que, como en Aura de Caros Fuentes, sólo faltaba que tuviera mi nombre impreso. Lo primero que hubo que hacer fue redactar una carta de exposición de motivos de por qué quería llevar el diplomado. La respuesta era sencilla: quería ganar bastante paga, pero imaginé que dicha resolución podría asustar a mis futuros benefactores. De modo que escribí algo como “La labor del IAP de formar cuadros profesionales de nuevos servidores públicos es encomiable. Bla bla bla. Apostarle a la juventud habla de un criterio incluyente y con miras puestas a un presente y futuro mejores. Bla bla bla. Veo en la política la oportunidad de servir…” Envíe la carta de motivos y se me indicó, mediante mail, la fecha en que entregarían las fichas para el examen, que consistiría en una evaluación de conocimientos y otra de actitud. No hay pedo, me dije.
Cientos, si no es que miles, llegaron de diversos puntos del estado a sacar ficha, las posibilidades se hacían ínfimas porque sólo aceptarían como a 80 personas —algo así recuerdo—. El examen llegó y respondí pregunta tras pregunta, sin dejar una sola vacía, no porque supiera mucho sino porque era de opción múltiple. Para no hacer largo el cuento, pasé. Quedé como en el lugar 40 y creí que lo peor había pasado. Pensé que el examen de actitud sería mero trámite porque yo, joven y con ganas de comerme el mundo, tenía buena actitud. Pero no, en la entrevista me hicieron preguntas relacionadas con trabajar en equipo, resolución de crisis, jerarquías y esas, en las que no hay respuesta mala, pero si no contestas lo que se quiere, o lo que quieren, si no eres oveja de su redil: good bye, my friend.
Creo, ahora que lo veo a la distancia, que fui muy honesto, debí decir lo que querían oír y seguramente hoy sería funcionario público. Por eso resultan convenientes los siguientes consejos de cómo responder de manera inteligente a cada una de las preguntas que plantea el reclutador (bien sea para un trabajo o para una escuela).
Según tus amigos, ¿cuál es tu mayor defecto? El entrevistado debe procurar no agrandar su respuesta, evitando los "muy" o "demasiado". La honestidad —no mucha, repito— es pieza clave. Decir soy perfeccionista resulta contraproducente.
¿Qué es más importante: el trabajo o el dinero? Para contestar, lo mejor es lo siguiente: "Prefiero ganar menos, pero trabajando a gusto".
Si te ordenaran hacer un trabajo que no te gusta, ¿qué harías? Se recomienda analizar la situación, respondiendo: "Realizarlo. Lo he hecho muchas veces".
¿En qué ocasiones mentirías? Toma en cuenta que si en el desarrollo de la entrevista te has manejado de manera honesta, esta no es la excepción. Como sugerencia, no titubees en decir: "Para no herir a un compañero. Pero prefiero decirle la verdad si veo que así puedo corregir un grave error".
¿Qué es lo que más te molesta de tus compañeros de trabajo o de universidad? En este caso, lo aconsejable es responder: "Las quejas no me gustan. Pasarme todo el día escuchándolas es incómodo. Les digo que deben ser más positivos".
¿Cuál ha sido tu mayor frustración profesional? Hay que dejar en claro que no es una persona derrotista ni mucho menos rencorosa (y ni se le vaya ocurrir decir no haber entrado a un diplomado). Reconozca situaciones como "Aprendí que un tropiezo que forma parte de mi experiencia".
Frente a mí estaba la oportunidad que, como en Aura de Caros Fuentes, sólo faltaba que tuviera mi nombre impreso. Lo primero que hubo que hacer fue redactar una carta de exposición de motivos de por qué quería llevar el diplomado. La respuesta era sencilla: quería ganar bastante paga, pero imaginé que dicha resolución podría asustar a mis futuros benefactores. De modo que escribí algo como “La labor del IAP de formar cuadros profesionales de nuevos servidores públicos es encomiable. Bla bla bla. Apostarle a la juventud habla de un criterio incluyente y con miras puestas a un presente y futuro mejores. Bla bla bla. Veo en la política la oportunidad de servir…” Envíe la carta de motivos y se me indicó, mediante mail, la fecha en que entregarían las fichas para el examen, que consistiría en una evaluación de conocimientos y otra de actitud. No hay pedo, me dije.
Cientos, si no es que miles, llegaron de diversos puntos del estado a sacar ficha, las posibilidades se hacían ínfimas porque sólo aceptarían como a 80 personas —algo así recuerdo—. El examen llegó y respondí pregunta tras pregunta, sin dejar una sola vacía, no porque supiera mucho sino porque era de opción múltiple. Para no hacer largo el cuento, pasé. Quedé como en el lugar 40 y creí que lo peor había pasado. Pensé que el examen de actitud sería mero trámite porque yo, joven y con ganas de comerme el mundo, tenía buena actitud. Pero no, en la entrevista me hicieron preguntas relacionadas con trabajar en equipo, resolución de crisis, jerarquías y esas, en las que no hay respuesta mala, pero si no contestas lo que se quiere, o lo que quieren, si no eres oveja de su redil: good bye, my friend.
Creo, ahora que lo veo a la distancia, que fui muy honesto, debí decir lo que querían oír y seguramente hoy sería funcionario público. Por eso resultan convenientes los siguientes consejos de cómo responder de manera inteligente a cada una de las preguntas que plantea el reclutador (bien sea para un trabajo o para una escuela).
Según tus amigos, ¿cuál es tu mayor defecto? El entrevistado debe procurar no agrandar su respuesta, evitando los "muy" o "demasiado". La honestidad —no mucha, repito— es pieza clave. Decir soy perfeccionista resulta contraproducente.
¿Qué es más importante: el trabajo o el dinero? Para contestar, lo mejor es lo siguiente: "Prefiero ganar menos, pero trabajando a gusto".
Si te ordenaran hacer un trabajo que no te gusta, ¿qué harías? Se recomienda analizar la situación, respondiendo: "Realizarlo. Lo he hecho muchas veces".
¿En qué ocasiones mentirías? Toma en cuenta que si en el desarrollo de la entrevista te has manejado de manera honesta, esta no es la excepción. Como sugerencia, no titubees en decir: "Para no herir a un compañero. Pero prefiero decirle la verdad si veo que así puedo corregir un grave error".
¿Qué es lo que más te molesta de tus compañeros de trabajo o de universidad? En este caso, lo aconsejable es responder: "Las quejas no me gustan. Pasarme todo el día escuchándolas es incómodo. Les digo que deben ser más positivos".
¿Cuál ha sido tu mayor frustración profesional? Hay que dejar en claro que no es una persona derrotista ni mucho menos rencorosa (y ni se le vaya ocurrir decir no haber entrado a un diplomado). Reconozca situaciones como "Aprendí que un tropiezo que forma parte de mi experiencia".
roraquiar@hotmail.com
961 111 58 69
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