¿Pinocho?

¿Pinocho?
De ningún modo, es el canshapito posando con una su mascarita de parachiquito

jueves, 25 de marzo de 2010

De sangre y músculo

Héctor Cortés Mandujano es novelista, cuentista, dramaturgo, ensayista, y, eventualmente, poeta; en cada género ha logrado destacar por una determinación particular: “Estoy convencido de que quiero ser un buen escritor; entonces, debo escribir bien todo lo que me proponga, para no ser catalogado todo el tiempo como uno ‘chiapaneco’, sino uno con la suficiente calidad escritural para considerársele del mundo mismo”.

Hay ya algunas voces que le consideran “el mejor de Chiapas”, el calificativo no lo seduce, aunque reconoce que algo está marchando bien. Ganador de premios literarios de gran importancia y menciones especiales en concursos y muestras nacionales, lector de tiempo completo, amigo de admiración mutua de chiapanecos consagrados como el cuentero Eraclio Zepeda o el poeta Efraín Bartolomé, entre otros; así como de noveles escritores que reciben sus consejos en el camino que les proporciona una felicidad honesta: la literatura.

Autor de Beber del espejo (novela, editorial Jaiser, DF, 2000), Manú y la montaña que habla (cuentos, Instituto Veracruzano de Cultura, 2001), Seft y Carámbura (novela, editorial Jitanjáfora, de Michoacán, 2002), Tríptico de aldea (novela, Unach, 2004) y La misma hora en nuestros relojes (cuentos, Unicach, 2004).

Participó en la Muestra Nacional de Teatro en Campeche en el 2000, con su obra Monja y amante suya, y en la de 2001, en Guadalajara, con La muerte, esa bestia negra. En 2004 obtuvo el Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros; ese mismo año obtuvo el Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas, siendo, a la fecha, el único chiapaneco en obtener esta distinción.

En 2005, se estrenó Acteal, guadaña para 45, en el Teatro de la Ciudad de Tuxtla Gutiérrez, con orquesta sinfónica, cantantes de ópera y actores, y en ese mismo año la obra se publicó en la revista especializada en dramaturgia Pasodegato. También en 2005 ganó, con Seft y Carámbura, la beca de coinversión cultural convocada por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

Conozcamos, pues, a un autor tan versátil que puede conmover con los temas más inocentes en cuentos infantiles o, por el contrario, provocar hasta las náuseas al explorar la intrincada condición humana, presentada en historias con estructuras narrativas novedosas, con un lenguaje tan natural y honesto como aquella criticada línea: “A Tuxtla lo atraviesa un río de mierda”.
Primeros demonios
El novelista nació en 1961 en la finca El Ciprés del municipio de Villaflores, Chiapas. De niño vivió en el rancho que administraba su abuela, rodeado de primos y trabajadores rurales. “Mi abuela solía, alrededor de las seis de la tarde, reunir a los nietos y contarles historias terroríficas, a todos nos asustaban, pero a mí me causaban algo más, me provocaban pesadillas, una suerte de ensimismamiento que me hacía temer ser perseguido todo el tiempo por espíritus y seres oscuros”. Estos primeros acercamientos mitológicos darían sustento a una de sus primeras novelas: Demonios puntuales.

Héctor daba claras muestras de ser un niño diferente de campo. “Me encantaba regresar a la escuela, el olor de los libros, lápices, gomas de borrar. No me gustaba matar pajaritos con la resortera, cosa común viviendo cerca de la naturaleza. Descubrí pronto el placer de la lectura, de tal manera que en dos o tres meses ya había leído mis libros de primaria, lo que me hacía ir adelantado en la escuela y distanciarme de mis compañeros, pues para ellos yo era algo ‘raro’”.

La ventaja académica que le proporcionaba leer en abundancia se tradujo en buenas y malas consecuencias. Por un lado, se convirtió en el brazo derecho de la abuela. Gracias a su buena relación con los números era el encargado de ver las cuestiones administrativas de la finca y de elaborar todo tipo de correspondencia por igual relación con las letras. “Llegó a tal punto mi ‘diferencia’ que mi mamá y hermanos me arrebataban los libros por temor a que me fuera a volver loco de tanto leer”.

En realidad, supo que lo que leía podría interesarle a alguien hasta la universidad, mientras estudiaba Leyes. “En una ocasión me invitaron a dar una conferencia sobre literatura, que me sonó raro, pues en ese tiempo no comenzaba todavía a escribir; entonces, descubrí que había leído todos los libros de García Márquez, de Julio Cortázar, de Carlos Fuentes, de Vargas Llosa, todos los del Boom latinoamericano; que conocía a Borges a Onetti, etcétera, ahí fue que me dije ‘ah, esto le interesa a alguien’.

“No te olvides que Chiapas es un estado analfabeto, somos el primer lugar en analfabetismo, entonces creo que las condiciones están dadas para que sigamos siéndolo. Es muy difícil que a alguien se le ocurra, especialmente en el medio rural, provocar el interés por la lectura.”

─¿Crees que la lectura hace al escritor?

─Hay una historia que tiene que ver con el descubrimiento de Julio Cortázar. En una ocasión estábamos pasando unas vacaciones con mi familia en el rancho de una tía y uno de mis hermanos mayores tenía una revista de Play boy y la escondía bajo el colchón, entonces la busqué, sabiendo dónde estaba, para ver mujeres desnudas y me llamó la atención un hombre que tenía los ojos muy separados y una barba y bigotes pronunciados, y que hablaba de los libros que había escrito, era Cortázar; yo decidí, a ese edad, que él era el hombre más inteligente que había encontrado, y además me sorprendía la serie de palabras que utilizaba y que yo no comprendía.

“Cuando tuve en mis manos un libro suyo, 62, modelo para armar, me pareció una novela indescifrable, casi como si estuviera escrita en otro idioma, pero como había decidido que él era el más inteligente, eso me indicaba que yo era el tonto y me propuse entenderlo. Sin la guía de nadie supe que Cortázar había escrito esa novela a partir del capítulo 62 de Rayuela. Cuando llegué a leer Rayuela fue como un parteaguas en mi vida. Me di cuenta que este autor estaba vinculado a otros y es por eso que leí a todos los del Boom. Una lectura me llevó a otra hasta hacerme un lector que podía discriminar entre una literatura demandante de una de mero entretenimiento.”

─Tus primero atrevimientos literarios, ¿en qué consistieron?

─Desde niño escribía poemitas tontos y hacía cositas, pero como era muy tímido no tenía el valor de enseñárselos a alguien. Lo primero que escribí y ya lo leyó una persona fue un cuento de nombre "El silencio de las ranas", mi mejor amiga en ese tiempo lo metió a un concurso municipal y gané el tercer lugar, algo que me pareció emocionante. Con esa emoción escribí un segundo cuento de nombre "La muerte es sueño", que era un himno a Pedro Calderón de la Barca por lo de “La vida es sueño”, y gané el premio estatal de cuento al que convocaba el CREA y la trama era de un hombre que soñaba premonitoriamente su muerte, lo cual sucede al final.

“Cuando gané este premio fui representando a Chiapas al DF y ahí en Bellas Artes hicieron un concierto de música clásica ─cantó Eugenia León, me acuerdo─, y nos reunieron a los jóvenes de todo el país, estuvimos una semana; en esa ocasión empecé a platicar por primera vez de literatura con alguien que también escribía literatura y confirmé mi idea de que tenía que leer mucho más, pues había cosas que no conocía. Cuando volví a Tuxtla empecé a estudiar Letras para intentar formalizar esto que me tenía tan emocionado.”
Vida novelada
Concertamos la entrevista para las nueve de la mañana en Berriozábal, donde actualmente radica, aproximadamente a 20 minutos de la capital del estado. La zona donde vive es un tanto privada, caminos de tierra conducen por callejones naturales y un verde constante permite respirar más fresco y natural; hay varias casas grandes y bellas con extensos terrenos que las separan, un apartamiento del ruido, de las prisas; un refugio para la mente y el espíritu, un sitio de creación.
Al llegar al umbral de la casa, una jauría de perros alegres recibe al visitante. El escritor se abre paso entre los canes e invita a pasar. Aquí es como al inicio de su existencia, otra vez en armonía con la naturaleza. Su espíritu campirano respeta aun a las más pequeñas manifestación de vida, permite que en su patio las hormigas erijan sus altos nidos y que las arañas se apropien de paredes enteras.

Nos adentra a lo que en un principio imaginamos su casa, “no, mi casa está por allá; esto es la biblioteca”. Recorremos los estantes; es admirable el orden y cantidad de ejemplares. Luego nos dirigimos a la pieza principal. La sala de la casa es un lugar acogedor, donde se encuentra una respetable cantidad de obra plástica, discos, y, obvio, más libros; “leo mucho, dos o tres libros al mismo tiempo”.

─¿Cuándo empiezas a contar tu propia historia en tus textos?

─Mis primeros textos fueron cuentos en los que las historias no tenían que ver conmigo, luego escribí algo de poesía, por lo que ya me llamaban poeta; sin embargo, fue con la novela que aparecen pasajes de mi vida como es el caso de la primera, Demonios puntuales, que es esta suerte de la imaginación de la abuela y una síntesis de mi infancia al lado de mis hermanos y primos.

“Después vino la novela que, en ese momento, representó la puesta en claro de todos mis recursos literarios, Beber del espejo, que inicialmente era la vida de mi papá, un hombre que vivió todo el tiempo en la espiral de la violencia y el sexo. Dos o tres años después de su muerte cumplí la promesa de escribir su historia. Es una novela que aunque rural está contada con todos los recursos narrativos posibles, llena de juegos y artificios, digamos; y me trajo, me parece, muchos lectores. La escribí como en el 96-97 y fue publicada, porque les parecía a los editores como que muy complicada para el lector común, hasta el 2001. La novela trajo muchas cosas: una propuesta para llevarla al cine, una traducción al francés, que ya no se concretó. Digamos que esa novela sí me empezó a dejar claro que yo podía someterme a procesos más rigurosos de escritura.

“Cerré el ciclo novelístico de contar pasajes de mi vida y de mi familia con una tercera que se llama Derrumbe de plumas, en la que intenté retratar un poco la historia de mi mamá y la línea materna. Las tres, como sabes, formaron en 2004 un compendio bajo el título de Tríptico de aldea.”

─Llegamos a un año prolífico en tu carrera, 2004, en el que publicas tres novelas y ganas el Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa y el Nacional Rosario Castellanos. ¿Cómo lo viviste?

─Fue un año muy raro, tenía mucho trabajo, trabajaba en la Secretaría de Educación y ya te imaginarás lo complicado que son esos temas, siempre hay inconformes. Vanterros, con la que gané el Emilio Rabasa, es un experimento intertextual en el que están presentes mitos griegos, alusiones bíblicas. La escribí a partir del conflicto de las Torres Gemelas, que aunque no tiene nada que ver con ese hecho real, me sirvió para ausentarme de toda noticia de lo que después se convirtió en una guerra. Es una visión apocalíptica de la humanidad, porque me pareció que con la destrucción de estos edificios iniciábamos la cuenta regresiva, mas siempre hay una esperanza: el amor, como el aliciente de la teoría de Niechtze del Eterno Retorno.

─En el caso de Aún corre sangre por las avenidas se destaca como factor determinante para el fallo a favor del Rosario Castellanos la estructura narrativa, ¿cómo se te ocurren las estructuras?

─En las novelas que he escrito, que ya son varias, he tratado de no repetir ningún planteamiento, que no se parezcan entre sí, no sigo el mismo mecanismo de escritura. En realidad, que a mí se me ocurra la idea de una novela no tiene ningún mérito, mi obligación es imaginarme tramas; lo complicado es cómo presentar la trama en una estructura no convencional. A mí se me ocurren estructuras y valoro si la trama funciona con esa estructura, casi siempre van de la mano.

“En Aún corre sangre por las avenidas quería que hubiesen pequeños capítulos que no formaran parte de la historia principal, pero sirvieran para ambientar una ciudad que no había sido tocada literariamente, Tuxtla Gutiérrez. Por otro lado, decidí que la novela fuera muy verbal, que pareciera contada por muchas voces, pero no explícitamente; en ese sentido, intenté que se pudiera leer como una especie de chisme, de encadenado, que construyera la identidad lingüística de la ciudad; me interesaba modificar los parámetros normales de una novela policiaca, en este caso no se cuenta el crimen y el lector debe contribuir suponiéndolo.”

─Ahora, sobre las temáticas, ¿cómo puedes escribir de repente un cuento para niños, abordando temas inocentes, e inmediatamente después, por decir algo, un terrible asesinato o una violación?

─Lo importante es que escribas bien y que cuentes algo que tenga contenido, que te mueva por dentro, algo que verdaderamente te importe, que sea una molestia que te estás quitando de encima para que pueda importarle al lector. Me parece que la narración sí debe tener músculo, vísceras, sangre, cuerpo, que sea un organismo vivo, si no sólo sería un cálculo matemático, un ejercicio de la inteligencia.

“Además la humanidad oscila en estos extremos todo el tiempo. Mi modo de entender el mundo es: no negarte, por ejemplo, a una orgía y tampoco al placer de comerte una paleta de coco; los seres humanos no debemos vivir la vida que los demás quieren que vivamos, yo no tengo miedo a parecer cursi o, por el contrario, depravado. El ejercicio de escribir debe ser la posibilidad de vivir otras vidas, si no, no tiene caso. Fernando Pessoa, en su heterónimo de Álvaro de Campos, dice ‘Se debe sentir todo, de todas las maneras’.”
Sin miedo a ganar
─¿Cómo vive alguien que ha dejado todo por dedicarse a la escritura; cómo puedes vivir como escritor cuando todo mundo se queja de lo contrario?

─Cuando tuve que trabajar como funcionario público no mezclaba la cuestión escritural, nadie sabía, salvo se enterara por otra fuente, que yo era escritor. Cuando di clases no les recomendaba a mis alumnos leerme y, sin embargo, lo hacían. Ahora es diferente, tengo una hija que es profesionista y se sostiene sola, mi mujer trabaja, tengo una casa donde vivir, tengo un par de coches, entonces sólo me queda mantenerme a mí mismo, y eso lo hago con relativa facilidad porque no trato de conseguir demasiadas cosas.

“¿Cómo lo hago? Bueno, dando talleres, asesorando proyectos y escribiendo textos que me pagan, y pienso, en lo sucesivo, seguir haciendo eso. Creo que es complicado, en un estado como el nuestro, pretender que tu modo de vida sea escribir. Pero, también, me parece que es una trampa en la que la mayoría de la gente ha caído; creo que si tu trabajo vale la pena, si lo haces con rigor, necesariamente tienes el derecho de vivir de eso, y vas a poder establecer en tu vida la lectura y la escritura como decisión y destino. No tengo miedo a convertirme en un mejor escritor del que soy ahora. No tengo miedo a ganar.”

2 comentarios:

  1. Sustancial entrevista. Me gusta de cómo Héctor Cortés convierte en un breve taller sobre el oficio de escritor una charla. Obvio, se nota también la lectura de Rodrigo Ramón. Bien por compartir la pieza. Se agradece.

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  2. Mi muy amado y apreciado tío, siempre supe que llegarías muy alto, ya que sin proponerte a ser el mejor, siempre reconocí que de entre los primos de mi madre; eres y serás lo máximo, no te digo que éres mi ídolo porque no creo en ellos, pero si en alguíen que vive y alimenta a los demás espiritualmente como tú. Muchas bendiciones por parte de Dios. Espero algún día firmes uno de tus libros para mí. Soy C.P. Horacio Moreno E. ( Quisiera saber, si tienes alguna revista de comics.)V.gr. Tom & Jerry, Kaliman, o Tarzán, etc.) recuerdo tus libretas de inicios. Te mando un fuerte abrazo..Vivo en Culiacán, Sinaloa. homoes@hotmail.com Saludos.

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