¿Pinocho?

¿Pinocho?
De ningún modo, es el canshapito posando con una su mascarita de parachiquito

viernes, 10 de diciembre de 2010

El Canshape (XXXVIII)


En el vientre del atanor

LOS VERSOS Y LA SANGRE Vida y obra de Efraín Bartolomé, Tomo 1, En el vientre del atanor.., de Héctor Cortés Mandujano, será presentado el lunes 13 de diciembre a las 19 horas en el Auditorio del Campus Universitario de la Unicach (Calzada Samuel León Brindis #151, esquina con Boulevard Ángel Albino Corzo).
El nombre es vibrante: LOS VERSOS, es decir, la obra de este laureado poeta nacido en Ocosingo, y LA SANGRE, la vida del hombre que el 15 de diciembre cumple 60 años. LOS VERSOS, que es la vida misma, porque qué otra cosa puede ser la auténtica poesía sino la biografía del autor, la poética forma de vivir. LA SANGRE, porque la amasó con luz y un poco de la húmeda tierra natal hasta lograr una escultura donde palpita una hermosura trágica. Al partir un verso a la mitad, sangra.
En este primer tomo nos ubicaremos En el vientre del atanor, el lugar mismo donde inició la combustión de esta vida luminosa que terminó por arder, como oficio, como vocación, en el altar de la Poesía.
Celebremos, pues, como dice Eraclio Zepeda, que en Ocosingo, hace 60 años, nos nació un gran poeta.

Breves legislativas
Ya casi pasó un mes y las comisiones legislativas siguen sin conformarse. Algunos diputados, como es el caso de Enoc Hernández, han dicho que es porque andan de la greña por ocupar los mejores espacios y que no se ponen de acuerdo para trabajar. Ya hasta se ha dicho que la diputada por el PRD, Rosario Pariente Gavito, anda viéndose feo con Arely Madrid Tovilla y que por eso no hay avances. Por su parte, la diputada Arely dice que nada de eso es cierto, mucho menos eso de enemistarse con Chachita, a quien la une una amistad que ha trascendido generaciones. Recordó el cariño que le tuvo a don Antonio Pariente y que ahora cultiva con el mismo entusiasmo con su hija. Dijo, pues, que no hay disputas, que si no se han conformado las comisiones es porque todavía hay mucho trabajo por revisar de la anterior legislatura, que finalmente no es ella la que decide, ya que la Junta de Coordinación Política está integrada por todos los partidos. En resumen: para trabajar no se pide permiso, y trabajo por hacer hay, con o sin comisiones.

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En congruencia con la discusión mundial sobre el cambio climático, y en busca de cumplir con los ODM de la ONU, particularmente el que se refiere a la sustentabilidad del medio ambiente, la diputada convergente Guadalupe Rovelo Cilias presentó en la sesión del martes la iniciativa para la Ley de Cambio Climático para el Estado de Chiapas, que busca establecer la concurrencia de los distintos órdenes de gobierno en la formulación e instrumentación de políticas públicas para la mitigación de sus efectos adversos y proteger a la población y contribuir al desarrollo sustentable de los pueblos. Esta propuesta debe tener eco, pues busca proveer al Estado de los instrumentos necesarios para garantizar el cuidado del medio ambiente, es decir, cuidar la casa donde vivimos todos y esto es más importante que temas económicos, políticos y de seguridad, porque se refiere a garantizar la supervivencia de la humanidad en esta tierra.
Por cierto, si una de las razones para el atraso del establecimiento de las comisiones es el estudio de los perfiles de cada legislador, acá va una ayudadita: la diputada Rovelo tiene amplia experiencia en el tema turístico al ser directora de la Casa de las artesanías y del Instituto Marca Chiapas; también, por su evidente interés con la iniciativa de ley en mención, podría ser parte de la Comisión de Medio Ambiente y Ecología; por haber estado en contacto con productores, puede estar en la de Café; por se mujer en la de Equidad de Género.

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La diputada Rita Guadalupe Balboa Cuesta celebrará este sábado a las 11 de la mañana en el auditorio del PRI estatal la posada del Organismo de Mujeres Priístas. Se reunirá con la estructura del OMPRI para partir piñata, comer tamales y champurrado, y además de convivir revisarán los avances que se han tenido en el año como organismo. Bien por la diputada que no se olvida de la base que la llevó a ocupar una curul y con este tipo de acercamiento convoca a la unidad, tan importante para plantearse nuevas metas para el año que viene.

El Canshape es un sitio encantado de Tuxtla Chico.
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lunes, 6 de diciembre de 2010

Casa de citas/ XXXI

Ilustración: Mónica Robles Corzo

El gang-bang
Héctor Cortés Mandujano

El gang-bang, según la revista Algarabía 69 (p. 113), es la “violación de una mujer por varios hombres”. Dos libros disímbolos y desde distinta perspectiva lo abordan: Crónicas de Abisinia, de Moses Isegawa, y La grieta, de Doris Lessing.
El autor de Crónicas... ha sido comparado, en el ya enmohecido subgénero del realismo mágico, con García Márquez y Salman Rushdie (el “realismo mágico habla de la miseria, clasificación literaria que fascina a muchos lectores europeos”, dice Dolores Boschisans, en Cómo traducir la obra de Juan Rulfo, Praxis, 2000:17).
Para no decepcionar a sus críticos, Isegawa arranca muy Cien años de soledad esta novela río (p. 11): “Mientras desaparecía entre las mandíbulas del enorme cocodrilo, tres últimas imágenes pasaban como un relámpago por la mente de Serenity: un búfalo medio podrido lleno de agujeros de los que salían ristras de gusanos y enjambres de moscas; su amante de antaño, la tía de su esposa perdida; y la misteriosa mujer que, en su infancia, lo había curado de su obsesión por las mujeres altas”.
Fuera de ese fardo —pertenecer al realismo mágico— que a estas alturas nadie debería cargar (salvo que se busque sólo entretener audiencias semi analfabetas) la novela de este hombre de Uganda, nacido en 1963, ahora holandés, narra el durísimo, brutal y miserable antes, durante y después de la dictadura de Idi Amín Dada.
La historia no inicia en años muy remotos, sino en 1971. El tío del narrador, que muy bien podría ser el propio Moses, cuenta sobre (p. 16) “casitas en arrabales, en las que vivían diez personas en situación de extrema pobreza, sin intimidad alguna, donde los padres follaban en presencia de sus hijos, que en esos casos fingían dormir. Contaba historias de mujeres a las que hacían abortar en garajes. Allí metían tallos afilados de plantas o radios de rueda de bicicleta en el útero de esposas adúlteras o hijas casquivanas, quienes en ocasiones pagaban su error con una hemorragia fatal”.
Algo más sobre las mujeres africanas (p. 433): “merecían una medalla de oro por la manera en que disimulaban el sufrimiento: la idea de orinar durante veinte minutos, gota a gota, como hacían esas mujeres a las que de niñas les habían cerrado la vulva para prevenir las relaciones sexuales antes de matrimonio, me llenaba de admiración”.
En Uganda también debe enseñarse la sábana manchada de sangre en la noche de bodas, como ocurría (o sigue ocurriendo) en algunas comunidades de México. Serenity (papá de Mugesi, el narrador) no puede desvirgar a la novia y es la tía de ella —quien después se convertirá en amante del nuevo sobrino político—, al lado de la cama como testigo de que la penetración ocurra, quien consigue la erección necesaria para la desfloración. La intimidad primera, por costumbre, no existe.
Serenity dice, casi al final de la novela (p. 587) que “había que rebautizar Uganda y llamarla Abisinia: el país de los abismos”. Muchas páginas las ocupa la muerte, la represión, la guerra, la bestialidad de los soldados en materia sexual. Un amigo de Mugesi le cuenta sobre ello (p. 515): “Estás tan salido que crees que te volverás loco —dijo, mordiéndose el labio inferior con expresión pensativa—. La hembra más fea te parece una diosa surgida de un sueño erótico. Algunos eran capaces de tirarse un perro, te lo aseguro”.
No es extraño, entonces, que entre siete soldados violen a Kasawo, tía de Migesi (p. 419): “Primero fueron una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete eyaculaciones furiosas, espesas como papilla. Luego uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete chorritos menos urgentes y densos. Por fin llegaron uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete gruesos goterones aguados. En sesenta y ocho minutos de acción ininterrumpida se vertió medio litro de semen; el cuello del útero fue alcanzado más de dos mil trescientas veces; los pechos sufrieron ciento noventa y cinco pellizcos y el clítoris sólo fue rozado en cinco míseras ocasiones”.

He leído varias novelas de Doris Lessing (nació en Persia en 1919, Premio Nobel de Literatura 2007) y, unas más, otras menos, todas me han gustado. La más floja, me parece, es La grieta (Lumen, 2007), construida a partir de una idea que tal vez hubiera estado mejor desarrollada en un cuento. No da para mucho. En Suspense (editorial Norma, 2010), de Patricia Highsmith, esta gran autora de novelas policíacas que dedica este libro a mostrar su cocina literaria, hay un consejo que pudo servirle a Lessing (p. 46): “La mayoría de los novelistas tienen muchas ideas breves e insignificantes, que no pueden ni deben convertirse en libros. Con ellas, no obstante, pueden escribirse relatos cortos buenos y hasta excelentes”.
La anécdota de la Premio Nobel, muy reiterada en las 260 páginas, es que las mujeres, grietas, fueron las primeras en la creación y no necesitaban a hombres, chorros, para reproducirse. Aparecieron éstos y las mujeres se les rindieron, el mundo se descompuso. Lessing es inteligente y creativa, pero esta novela es muy elemental. Se puede leer con el cerebro apagado. No enfada, no incita, da flojera, no propone ideas novedosas. Parece un libro que le pedían y ya le habían pagado. Me imagino al editor: “Déme, doña Doris, lo que tenga, se va a vender”. En fin.
Aquí su gang-bang (p. 58): “uno de los captores tumbó a la mullida y escurridiza fémina, y en un momento ya tenía el chorro dentro de ella. En un instante lo sacó y otro ocupó su lugar. La violación masiva continuó y continuó; alimentaban un hambre que parecía que nunca iban a saciar. Algunos muchachos que habían penetrado en el bosque para recoger frutos regresaron, vieron lo que estaba sucediendo y muy pronto entendieron y se sumaron. Ella ya no se retorcía ni daba puntapiés ni gemía, sino que permanecía quieta, y entendieron, pero no de entrada, que estaba muerta. Y después, pero no de entrada, que la habían matado”.

Mugesi (quien, por cierto, como Moses Isegawa, se nacionaliza holandés y cambia su nombre por el de John Kato) visita la tumba de su abuela, con quien aprendió el oficio de partero. A la abuela la asesinaron, nadie sabe quién. Queda solo (p. 368): “Por un instante esperé que el espíritu de aquella anciana se levantara y agitara las hojas de mi árbol favorito. Que hiciera algún milagro. No ocurrió nada”.
Esto me hizo recordar que, hace años, vigilé la agonía de mi suegro. Luego de que él murió empezaron a ocurrirme cosas raras (oía voces cada vez más claras y cercanas donde nadie había) hasta que mi cuñada nos llamó y dijo que no cesaba de soñar con su papá, quien le pedía que yo fuera a visitarlo al panteón para darme las gracias. La idea me gustó. No siempre se tiene la posibilidad de echar un vistazo a los asuntos de ultratumba. Me acompañaron mi mujer y mi cuñada. Estuvimos un momento los tres. Les pedí que me dejaran solo ante la tumba. Agucé mis sentidos para ver, oír, sentir con atención si un pájaro cantaba anormalmente, se movía la tierra, caía una rama. Nada.

***
Mi mujer se ocupa de la comida, mi hija hace el aseo en otra parte, yo barro el corredor de mi biblioteca. Esperamos visitas. Arrastro un gusano blanco con la escoba. Todos los gusanos se harán mariposas me dijo una amiga bióloga y éste, repugnante, puede transformarse en una hermosura. Fragmentos de una flor minúscula, que subió al techo de teja, han caído sobre el piso de ladrillos. Rojo mexicano es la florecilla. Le encantaba a mi abuela paterna. Pienso, ¿le gustará a una muchacha de ahora de, digamos, 20 años? Se me ocurre un cuento breve. Lo escribo después de bañarme y antes de que lleguen los invitados. Helo aquí:

Sensibilidad femenina
El asunto estaba apalabrado. Le dije: tengo un depa, vivo solo, hay bebidas suaves y duras, me gusta el sexo seguro.
Ella aguantó a pie firme mi andanada, sonrió, me guiñó el ojo, me sopló un beso con su mano izquierda y me dijo:
—El jueves llego. A la diez de la noche. A ver si como roncas, duermes.

Hice un camino de pétalos de rosa suave, pastel, de la entrada a la recámara. Olía delicioso. Justo a la diez sonó el timbre. Era ella. Entró, vio la vía alfombrada de pétalos. Hizo una mueca de disgusto:
—Qué cochinero. Ni porque voy a llegar, barres, carajo.

***
A propósito, Maddalena, italiana de 20 años, llega de visita a nuestra casa. Todos los tópicos en su cara y cuerpo: ojos verdes, nariz afilada, alta y delgada. Su compañera de viaje, nuestra querida amiga Adela, pontifica cada vez que se refiere a ella: No se cansa, tiene 20 años; casi no come, tiene 20 años; casi no duerme, tiene 20 años.
Maddi, como la llamamos, toma fotos de cuadros y objetos de la casa, que le llaman la atención. Se sorprende con casi todo. Exclama admirada por los árboles, por los libros, por una fotografía, por un cuadro. Hacia la una de la mañana se retira a dormir, mientras nosotros seguimos conversando en la sala. Son las dos, tal vez, cuando Adela va a entrar al cuarto que les arreglamos para que descansen. Le digo que no encienda la luz para no despertarla, que se guíe con el resplandor de su celular. Desestima mi sugerencia.
—Voy a encender la luz. No se despierta. Tiene 20 años.