¿Pinocho?

¿Pinocho?
De ningún modo, es el canshapito posando con una su mascarita de parachiquito

jueves, 25 de marzo de 2010

De sangre y músculo

Héctor Cortés Mandujano es novelista, cuentista, dramaturgo, ensayista, y, eventualmente, poeta; en cada género ha logrado destacar por una determinación particular: “Estoy convencido de que quiero ser un buen escritor; entonces, debo escribir bien todo lo que me proponga, para no ser catalogado todo el tiempo como uno ‘chiapaneco’, sino uno con la suficiente calidad escritural para considerársele del mundo mismo”.

Hay ya algunas voces que le consideran “el mejor de Chiapas”, el calificativo no lo seduce, aunque reconoce que algo está marchando bien. Ganador de premios literarios de gran importancia y menciones especiales en concursos y muestras nacionales, lector de tiempo completo, amigo de admiración mutua de chiapanecos consagrados como el cuentero Eraclio Zepeda o el poeta Efraín Bartolomé, entre otros; así como de noveles escritores que reciben sus consejos en el camino que les proporciona una felicidad honesta: la literatura.

Autor de Beber del espejo (novela, editorial Jaiser, DF, 2000), Manú y la montaña que habla (cuentos, Instituto Veracruzano de Cultura, 2001), Seft y Carámbura (novela, editorial Jitanjáfora, de Michoacán, 2002), Tríptico de aldea (novela, Unach, 2004) y La misma hora en nuestros relojes (cuentos, Unicach, 2004).

Participó en la Muestra Nacional de Teatro en Campeche en el 2000, con su obra Monja y amante suya, y en la de 2001, en Guadalajara, con La muerte, esa bestia negra. En 2004 obtuvo el Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa, con Vanterros; ese mismo año obtuvo el Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos, con Aún corre sangre por las avenidas, siendo, a la fecha, el único chiapaneco en obtener esta distinción.

En 2005, se estrenó Acteal, guadaña para 45, en el Teatro de la Ciudad de Tuxtla Gutiérrez, con orquesta sinfónica, cantantes de ópera y actores, y en ese mismo año la obra se publicó en la revista especializada en dramaturgia Pasodegato. También en 2005 ganó, con Seft y Carámbura, la beca de coinversión cultural convocada por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

Conozcamos, pues, a un autor tan versátil que puede conmover con los temas más inocentes en cuentos infantiles o, por el contrario, provocar hasta las náuseas al explorar la intrincada condición humana, presentada en historias con estructuras narrativas novedosas, con un lenguaje tan natural y honesto como aquella criticada línea: “A Tuxtla lo atraviesa un río de mierda”.
Primeros demonios
El novelista nació en 1961 en la finca El Ciprés del municipio de Villaflores, Chiapas. De niño vivió en el rancho que administraba su abuela, rodeado de primos y trabajadores rurales. “Mi abuela solía, alrededor de las seis de la tarde, reunir a los nietos y contarles historias terroríficas, a todos nos asustaban, pero a mí me causaban algo más, me provocaban pesadillas, una suerte de ensimismamiento que me hacía temer ser perseguido todo el tiempo por espíritus y seres oscuros”. Estos primeros acercamientos mitológicos darían sustento a una de sus primeras novelas: Demonios puntuales.

Héctor daba claras muestras de ser un niño diferente de campo. “Me encantaba regresar a la escuela, el olor de los libros, lápices, gomas de borrar. No me gustaba matar pajaritos con la resortera, cosa común viviendo cerca de la naturaleza. Descubrí pronto el placer de la lectura, de tal manera que en dos o tres meses ya había leído mis libros de primaria, lo que me hacía ir adelantado en la escuela y distanciarme de mis compañeros, pues para ellos yo era algo ‘raro’”.

La ventaja académica que le proporcionaba leer en abundancia se tradujo en buenas y malas consecuencias. Por un lado, se convirtió en el brazo derecho de la abuela. Gracias a su buena relación con los números era el encargado de ver las cuestiones administrativas de la finca y de elaborar todo tipo de correspondencia por igual relación con las letras. “Llegó a tal punto mi ‘diferencia’ que mi mamá y hermanos me arrebataban los libros por temor a que me fuera a volver loco de tanto leer”.

En realidad, supo que lo que leía podría interesarle a alguien hasta la universidad, mientras estudiaba Leyes. “En una ocasión me invitaron a dar una conferencia sobre literatura, que me sonó raro, pues en ese tiempo no comenzaba todavía a escribir; entonces, descubrí que había leído todos los libros de García Márquez, de Julio Cortázar, de Carlos Fuentes, de Vargas Llosa, todos los del Boom latinoamericano; que conocía a Borges a Onetti, etcétera, ahí fue que me dije ‘ah, esto le interesa a alguien’.

“No te olvides que Chiapas es un estado analfabeto, somos el primer lugar en analfabetismo, entonces creo que las condiciones están dadas para que sigamos siéndolo. Es muy difícil que a alguien se le ocurra, especialmente en el medio rural, provocar el interés por la lectura.”

─¿Crees que la lectura hace al escritor?

─Hay una historia que tiene que ver con el descubrimiento de Julio Cortázar. En una ocasión estábamos pasando unas vacaciones con mi familia en el rancho de una tía y uno de mis hermanos mayores tenía una revista de Play boy y la escondía bajo el colchón, entonces la busqué, sabiendo dónde estaba, para ver mujeres desnudas y me llamó la atención un hombre que tenía los ojos muy separados y una barba y bigotes pronunciados, y que hablaba de los libros que había escrito, era Cortázar; yo decidí, a ese edad, que él era el hombre más inteligente que había encontrado, y además me sorprendía la serie de palabras que utilizaba y que yo no comprendía.

“Cuando tuve en mis manos un libro suyo, 62, modelo para armar, me pareció una novela indescifrable, casi como si estuviera escrita en otro idioma, pero como había decidido que él era el más inteligente, eso me indicaba que yo era el tonto y me propuse entenderlo. Sin la guía de nadie supe que Cortázar había escrito esa novela a partir del capítulo 62 de Rayuela. Cuando llegué a leer Rayuela fue como un parteaguas en mi vida. Me di cuenta que este autor estaba vinculado a otros y es por eso que leí a todos los del Boom. Una lectura me llevó a otra hasta hacerme un lector que podía discriminar entre una literatura demandante de una de mero entretenimiento.”

─Tus primero atrevimientos literarios, ¿en qué consistieron?

─Desde niño escribía poemitas tontos y hacía cositas, pero como era muy tímido no tenía el valor de enseñárselos a alguien. Lo primero que escribí y ya lo leyó una persona fue un cuento de nombre "El silencio de las ranas", mi mejor amiga en ese tiempo lo metió a un concurso municipal y gané el tercer lugar, algo que me pareció emocionante. Con esa emoción escribí un segundo cuento de nombre "La muerte es sueño", que era un himno a Pedro Calderón de la Barca por lo de “La vida es sueño”, y gané el premio estatal de cuento al que convocaba el CREA y la trama era de un hombre que soñaba premonitoriamente su muerte, lo cual sucede al final.

“Cuando gané este premio fui representando a Chiapas al DF y ahí en Bellas Artes hicieron un concierto de música clásica ─cantó Eugenia León, me acuerdo─, y nos reunieron a los jóvenes de todo el país, estuvimos una semana; en esa ocasión empecé a platicar por primera vez de literatura con alguien que también escribía literatura y confirmé mi idea de que tenía que leer mucho más, pues había cosas que no conocía. Cuando volví a Tuxtla empecé a estudiar Letras para intentar formalizar esto que me tenía tan emocionado.”
Vida novelada
Concertamos la entrevista para las nueve de la mañana en Berriozábal, donde actualmente radica, aproximadamente a 20 minutos de la capital del estado. La zona donde vive es un tanto privada, caminos de tierra conducen por callejones naturales y un verde constante permite respirar más fresco y natural; hay varias casas grandes y bellas con extensos terrenos que las separan, un apartamiento del ruido, de las prisas; un refugio para la mente y el espíritu, un sitio de creación.
Al llegar al umbral de la casa, una jauría de perros alegres recibe al visitante. El escritor se abre paso entre los canes e invita a pasar. Aquí es como al inicio de su existencia, otra vez en armonía con la naturaleza. Su espíritu campirano respeta aun a las más pequeñas manifestación de vida, permite que en su patio las hormigas erijan sus altos nidos y que las arañas se apropien de paredes enteras.

Nos adentra a lo que en un principio imaginamos su casa, “no, mi casa está por allá; esto es la biblioteca”. Recorremos los estantes; es admirable el orden y cantidad de ejemplares. Luego nos dirigimos a la pieza principal. La sala de la casa es un lugar acogedor, donde se encuentra una respetable cantidad de obra plástica, discos, y, obvio, más libros; “leo mucho, dos o tres libros al mismo tiempo”.

─¿Cuándo empiezas a contar tu propia historia en tus textos?

─Mis primeros textos fueron cuentos en los que las historias no tenían que ver conmigo, luego escribí algo de poesía, por lo que ya me llamaban poeta; sin embargo, fue con la novela que aparecen pasajes de mi vida como es el caso de la primera, Demonios puntuales, que es esta suerte de la imaginación de la abuela y una síntesis de mi infancia al lado de mis hermanos y primos.

“Después vino la novela que, en ese momento, representó la puesta en claro de todos mis recursos literarios, Beber del espejo, que inicialmente era la vida de mi papá, un hombre que vivió todo el tiempo en la espiral de la violencia y el sexo. Dos o tres años después de su muerte cumplí la promesa de escribir su historia. Es una novela que aunque rural está contada con todos los recursos narrativos posibles, llena de juegos y artificios, digamos; y me trajo, me parece, muchos lectores. La escribí como en el 96-97 y fue publicada, porque les parecía a los editores como que muy complicada para el lector común, hasta el 2001. La novela trajo muchas cosas: una propuesta para llevarla al cine, una traducción al francés, que ya no se concretó. Digamos que esa novela sí me empezó a dejar claro que yo podía someterme a procesos más rigurosos de escritura.

“Cerré el ciclo novelístico de contar pasajes de mi vida y de mi familia con una tercera que se llama Derrumbe de plumas, en la que intenté retratar un poco la historia de mi mamá y la línea materna. Las tres, como sabes, formaron en 2004 un compendio bajo el título de Tríptico de aldea.”

─Llegamos a un año prolífico en tu carrera, 2004, en el que publicas tres novelas y ganas el Premio Estatal de Novela Breve Emilio Rabasa y el Nacional Rosario Castellanos. ¿Cómo lo viviste?

─Fue un año muy raro, tenía mucho trabajo, trabajaba en la Secretaría de Educación y ya te imaginarás lo complicado que son esos temas, siempre hay inconformes. Vanterros, con la que gané el Emilio Rabasa, es un experimento intertextual en el que están presentes mitos griegos, alusiones bíblicas. La escribí a partir del conflicto de las Torres Gemelas, que aunque no tiene nada que ver con ese hecho real, me sirvió para ausentarme de toda noticia de lo que después se convirtió en una guerra. Es una visión apocalíptica de la humanidad, porque me pareció que con la destrucción de estos edificios iniciábamos la cuenta regresiva, mas siempre hay una esperanza: el amor, como el aliciente de la teoría de Niechtze del Eterno Retorno.

─En el caso de Aún corre sangre por las avenidas se destaca como factor determinante para el fallo a favor del Rosario Castellanos la estructura narrativa, ¿cómo se te ocurren las estructuras?

─En las novelas que he escrito, que ya son varias, he tratado de no repetir ningún planteamiento, que no se parezcan entre sí, no sigo el mismo mecanismo de escritura. En realidad, que a mí se me ocurra la idea de una novela no tiene ningún mérito, mi obligación es imaginarme tramas; lo complicado es cómo presentar la trama en una estructura no convencional. A mí se me ocurren estructuras y valoro si la trama funciona con esa estructura, casi siempre van de la mano.

“En Aún corre sangre por las avenidas quería que hubiesen pequeños capítulos que no formaran parte de la historia principal, pero sirvieran para ambientar una ciudad que no había sido tocada literariamente, Tuxtla Gutiérrez. Por otro lado, decidí que la novela fuera muy verbal, que pareciera contada por muchas voces, pero no explícitamente; en ese sentido, intenté que se pudiera leer como una especie de chisme, de encadenado, que construyera la identidad lingüística de la ciudad; me interesaba modificar los parámetros normales de una novela policiaca, en este caso no se cuenta el crimen y el lector debe contribuir suponiéndolo.”

─Ahora, sobre las temáticas, ¿cómo puedes escribir de repente un cuento para niños, abordando temas inocentes, e inmediatamente después, por decir algo, un terrible asesinato o una violación?

─Lo importante es que escribas bien y que cuentes algo que tenga contenido, que te mueva por dentro, algo que verdaderamente te importe, que sea una molestia que te estás quitando de encima para que pueda importarle al lector. Me parece que la narración sí debe tener músculo, vísceras, sangre, cuerpo, que sea un organismo vivo, si no sólo sería un cálculo matemático, un ejercicio de la inteligencia.

“Además la humanidad oscila en estos extremos todo el tiempo. Mi modo de entender el mundo es: no negarte, por ejemplo, a una orgía y tampoco al placer de comerte una paleta de coco; los seres humanos no debemos vivir la vida que los demás quieren que vivamos, yo no tengo miedo a parecer cursi o, por el contrario, depravado. El ejercicio de escribir debe ser la posibilidad de vivir otras vidas, si no, no tiene caso. Fernando Pessoa, en su heterónimo de Álvaro de Campos, dice ‘Se debe sentir todo, de todas las maneras’.”
Sin miedo a ganar
─¿Cómo vive alguien que ha dejado todo por dedicarse a la escritura; cómo puedes vivir como escritor cuando todo mundo se queja de lo contrario?

─Cuando tuve que trabajar como funcionario público no mezclaba la cuestión escritural, nadie sabía, salvo se enterara por otra fuente, que yo era escritor. Cuando di clases no les recomendaba a mis alumnos leerme y, sin embargo, lo hacían. Ahora es diferente, tengo una hija que es profesionista y se sostiene sola, mi mujer trabaja, tengo una casa donde vivir, tengo un par de coches, entonces sólo me queda mantenerme a mí mismo, y eso lo hago con relativa facilidad porque no trato de conseguir demasiadas cosas.

“¿Cómo lo hago? Bueno, dando talleres, asesorando proyectos y escribiendo textos que me pagan, y pienso, en lo sucesivo, seguir haciendo eso. Creo que es complicado, en un estado como el nuestro, pretender que tu modo de vida sea escribir. Pero, también, me parece que es una trampa en la que la mayoría de la gente ha caído; creo que si tu trabajo vale la pena, si lo haces con rigor, necesariamente tienes el derecho de vivir de eso, y vas a poder establecer en tu vida la lectura y la escritura como decisión y destino. No tengo miedo a convertirme en un mejor escritor del que soy ahora. No tengo miedo a ganar.”

miércoles, 24 de marzo de 2010

El astroarte de Robertoni Gómez


Hubo una vez un dios travieso al que se le ocurrió decir “hágase la luz”, y la luz se hizo. A la claridad que se separó de las tinieblas llamó día y su alegoría era el sol, y a las sombras que quedaron llamó noche, y la luna la representó.

En otra ocasión, un día o mil años después, jugando con sus primeras creaciones, cigarrillo en mano, su ocurrencia le dictó equiparar los tiempos de duración de cada extremo luminoso, y llamó a este nuevo fenómeno de manera fenomenalmente extraña: equinoccio.

Con el tiempo, otra de sus creaciones, que hasta el momento ni él sabe si fue la mejor o la peor, se maravilló de tan singular ocurrencia y lo hizo evidente en obras escultóricas monumentales, a saber, el templo de Kukulcán, ubicado en Chichén Itzá, de herencia maya-tolteca.

En la actualidad, este fenómeno astronómico sigue causando admiración. Prueba de ello es que el escultor villaflorense Robertoni Gómez realizó un trabajo de investigación que duró año y medio, para comprender los instantes en que suceden estos cambios estacionales, distintos para el hemisferio norte y el hemisferio sur, y utilizarlos para crear una figura luminosa, proyectada por espejos sobre una superficie plana, con las condiciones especiales de sombras y luces de los dos equinoccios del año: el de marzo y el de septiembre.

De esta investigación, el artista plástico creó tres esculturas con dos espejos cada una que asemejan un libro abierto que ve al cielo, y en cada cristal pintó una de las tres partes que dan forma a la proyección del globo terráqueo, la cual se ve solamente en dos ocasiones al año; de ahí la importancia y grandeza del “Reflejo de la Tierra”.

martes, 23 de marzo de 2010

Personajes del Bicentenario (II)

Periodismo libertario
Lucía Sarauz Gutiérrez

Le tocó vivir en un contexto social desafortunado, pero para él fortuito, pues las distintas situaciones acrecentaron sus ambiciones y su interés para luchar por la igualdad de clases y oportunidades. Etapas que van desde el Virreinato hasta la plena formación de la Nación Mexicana. Un hombre que decidió luchar con las armas y la palabra: Carlos María de Bustamante.

Estudioso de gramática, teología y abogacía “vivió la Colonia, las Reformas Borbónicas, el surgimiento de la Independencia Norteamericana y la Revolución Francesa, cuyas influencias reforzaban en la Nueva España los deseos de autonomía de gobierno e igualdad social, y a la par se abría la puerta a la Independencia Mexicana”, coinciden autores contemporáneos. Hubo un acontecimiento clave que lo orilló a ingresar al Ejército Insurgente y dejar de buscar la reconciliación entre españoles europeos y americanos: “el desconocimiento que hizo la audiencia de las elecciones en las que él fue electo. Esto ubicó a Bustamante como insurgente ‘oficial’ y tuvo que unirse al batallón de Francisco Osorno para evadir la prisión”.

A partir de ese hecho comenzó su lucha abierta para derrocar, como abogado, al “mal gobierno”, que se ponía por encima de la religión al perseguir y ajusticiar curas, y su condición de ilustrado en la sociedad novohispana lo convirtió en modelo de insurgente mexicano de la guerra de Independencia. Fue cronista, historiador, periodista y político.

Expuso y defendió sus ideas a favor de la Independencia ante el Virreinato de la Nueva España, desde el Diario de México, que fundó en 1805, y en diversos periódicos, por lo que fue encarcelado varias veces. Después que se promulga la constitución de Cádiz, fue uno de los primeros en hacer uso de la libertad de imprenta consagrada por esta ley, y publica el periódico El Juguetillo, divulgación de corta existencia que no fue vista con simpatía por el virrey de Nueva España. Posteriormente, José María Morelos y Pavón lo nombró editor del Correo del Sur, publicación favorable a la causa independentista mexicana.

Fue diputado al Congreso de Chilpancingo por la provincia de México. Colaboró en la redacción de la primera Acta de Independencia de México. Cuando se logra la separación de México con España fue elegido diputado por Oaxaca en 1822.

Carlos María de Bustamante fue un luchador por la independencia que usó la palabra. Escribió Apuntes para la historia del gobierno del General Antonio López de Santa Anna, Cuadro histórico de la revolución mexicana, comenzada en 15 de septiembre de 1810 por el ciudadano Miguel Hidalgo y Costilla, Cura del pueblo de los Dolores, en el obispado de Michoacán, y una autobiografía Hay tiempos de hablar y tiempos de callar, donde aparecen episodios que si bien no vivió parece al menos que le fueron contados de primera mano, pues conoció a los máximos agentes del movimiento insurgente como don Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos y Pavón, Ignacio Allende. Hace dos siglos que se fijó la historia de un criollo ilustrado que se impuso la misión de dotar a la nueva nación –México– de una identidad que la mantuviera unida, de un pasado heroico que la enalteciera.
Poesía bajo el sombrero
Arcadio Acevedo

Se llama Ulbester Alemán Farrera. Nació en el ejido Villa Morelos, municipio de Cintalapa, hace cincuenta años. Es chiapaneco. Usa sombrero. Gusta de obsequiar sombreros a sus amigos, y sí, también es poeta. A mucha honra.

Hace versos desde que tenía once años. Según confiesa, una maestra suya de secundaria, y una profunda pena lo arrojaron en brazos de la poesía, mujer fatal para algunos, virgen milagrosa para otros:

En su incomprendido oficio reconoce las influencias y los consejos de los maestros chiapanecos del género: Armando Duvalier, Raúl Garduño, Joaquín Vásquez y, por supuesto, Jaime Sabines, as de la metafórica baraja.

En opinión de no pocos enterados, y en la suya propia, Ulbester Alemán es un poeta de arcilla y musgo, de selvas perennifolias y de llagas desérticas. Todo en la misma piel. Sus versos son hijos del monte y de las piedras. Son chupamirtos que se creen cenzontles. Y viceversa.

“Pues más que todo por mis vivencias me quedo con la belleza selvática, la belleza ora sí que del ambiente ¿no?”. Un libro suyo “Memorial de la montaña” ha caminado en busca de editor, infructuosamente, once largos años, lamenta el poeta.

Stevens afirma que no hay un material específicamente poético, puesto que el mundo entero es material para la poesía. Pero, cuando ésta se lee (es decir, cuando el mundo se organiza en un poema), la poesía “debe estimular cierto sentido de vivir y estar vivos”. La poesía, pues, se lee con los nervios.

Esta es la voz, la cadencia interior del poeta chiapaneco:

En la cálida noche
Se encuentra el pájaro
Que acompaña a la luna
Y con tono desafinado
Busca el fantasma de su amada
Gorjea un par de años
Anuncia que la lluvia se acerca
Para bañarlos a él y a su fantasma
Reclama que la hemática flor
Templa con su mágica luz
Su plumaje verde oscuro
¡Ah, noche de canto bajo la lluvia!
Si supieras que fría tengo el alma

domingo, 21 de marzo de 2010

Las tragedias del Sumidero

-Las paredes de más de mil metros de altura, cortadas casi a tajo, custodian numerosos misterios que las aguas del Grijalva susurran

Hasta hoy, Grijalva,
tu conquista volcada
sobre las asperezas y la arena
de esta piel espesa y chiapaneca de la tierra,
sólo ha venido a embrujar la selva.
Sobre tus márgenes ignotas y pobladas
tiembla de agobio la humedad encajonada,
suda la fuerza, la lozanía se hunde;
y llenos de desesperación: el desenvolvimiento,
el hombre, ofrecen por las noches un ramo de tragedia.
Mariano Penagos Tovar

Es septiembre de 2006. Adam Gibson, de 29 años de edad, de origen australiano, y una de las principales figuras a nivel mundial del deporte extremo conocido como Salto Base, pasa de ser un espectáculo novedoso en el estado y de cobertura internacional a noticia trágica: pierde la vida al lanzarse al vacío y estrellarse contra las paredes casi cortadas a tajo del Cañón del Sumidero.
La tarde era favorable para una exhibición de este tipo. Gibson aguardó su turno justo después de su esposa, ella saltó desde el mirador “El Roblar”, él la siguió, pero sólo uno aterrizó. Con lágrimas en los ojos la mujer dio la mala: su compañero no logró descender. El cuerpo sin vida fue encontrado dos días después tras un intenso operativo de rescate. Se dijo que un “inesperado” viento lo estampó contra la vertical.

El Cañón del Sumidero, accidente natural o capricho adrede, alberga en sus murallas de más de mil metros de altura y sus 25 kilómetros de largo una enigmática tradición. En su historia más reciente —el siglo pasado y lo que va de éste— han acontecido sucesos con un halo de gloria y tragedia, que para algunos, más susceptibles a los ligeros cambios en las fuerzas de la naturaleza que otros, no son producto de los infortunios de la casualidad o el descuido.
Quizás a la mente de los pobladores más viejos de las márgenes del río Grijalva retornen las historias que dan cuenta del origen legendario de su pueblo (el Sumidero es el sitio elegido por los dioses) y de un caudal misterioso y vivo, que ha sido, a lo largo de su milenaria existencia, la tumba de agua del intruso.

Primera tragedia
La leyenda-histórica nos cuenta que los primeros habitantes de la región provinieron de Sudamérica, de Paraguay o Nicaragua, o de ambos. Las huestes nómadas emigraron para dar cumplimiento a un símbolo religioso. Su dios tenía una representación material donde estaban en pugna el bien y el mal: Una roca blanca que simboliza el mal por su naturaleza áspera, y un cardo sobre ella, llamado Yerba Sagrada, que se desliza por las grietas de la piedra para producir las luces del bien.
Guiados por el indomable Nucadilí y aconsejados por el sabio Nuyí, los migrantes se embarcaron en balsas y siguieron la dirección de las aguas del río de Las angosturas… Los hombres que iban adelante dieron los gritos de alerta cuando identificaron la gran cortadura del Sumidero. La tradición se había cumplido: aquel lugar era el elegido para instalar su pueblo: el Dios Roca Blanca de la mitología chiapaneca fue hallado en las paredes del cañón; la Yerba Sagrada, en los numerosos cardos que encontraron en las grietas.
Este acontecimiento coincide con aquel pasaje conocido del historiador Remesal que dice: “Vinieron antiguamente de la provincia de Nicaragua unas gentes que, cansadas de andar y de las descomodidades que la peregrinación trae consigo, se quedaron en tierras de Chiapas, y poblaron en un peñol áspero a orillas de un Río Grande que pasa por medio de él, y fortalecieron allí.”
La primera noticia trágica que tenemos de esta dupla (Sumidero-Grijalva) es el heroico final de la raza guerrera de los chiapanecas. Se cuenta que cuando los españoles, al mando de Diego de Mazariegos, atacaron Soctón Nandalumí, capital de los chiapanecas, los nativos, al verse superados en armas y número, prefirieron arrojarse, con todo y familia, desde una cumbre del cañón, a ver a su gloriosa raza reducida a la esclavitud.
En este episodio, el bravo guerrero Jaltón, al contemplar la conquista de su patria, con una mueca de desesperación exclamó a la mujer amada y a su tierra: “Adiós, Nimbalarí. Adiós, patria mía. Preferible es morir a vivir esclavo”. Y, como si la naturaleza reaccionara ante la embestida del enemigo intruso, tembló el Sumidero.
Conquista mortal
Algunos dicen que el ejército español, suponiendo que los chiapanecas que se arrojaron al río seguían con vida, organizó una expedición para darles alcance, y se internó en el cañón a través de la caudalosa corriente del Grijalva, lo que le costó una “misteriosa desaparición”.
A principios de la tercera década del siglo pasado, el profesor Marcos E. Becerra presentó su estudio “El Sumidero del alto Grijalva” a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, en el que detalla pormenorizadamente la información que hasta el momento había logrado recabar en las diversas exploraciones que había realizado acompañado de algunos amigos.
Dice que las únicas exploraciones dignas de confianza son las realizadas a partir de 1915 (curiosamente las que él realizó), y que en total son nueve al momento de presentar su estudio (1922). Los exploradores de éstas son: Vicente Liévano, Raúl Rincón Ocampo, Francisco Vila, Raúl Isidro Burgos, Julio Orozco, Francisco Cuartero, Fidel Villafuerte, Pipino Rosales, Austacio Altamirano, Francisco Araujo, Antonio Puig, Eliseo Palacios, Pioquinto Palacios, Alfonso J. Cruz, Guillermo Gugelmar, Zacarías Esponda, Ranulfo Penagos, Eduardo Rabasa, Edmundo Farrera, Rafael Grajales, Lisandro López, Carlos Cáceres. No se reportó tragedia alguna.
No obstante, el profesor Amador Hernández C., en un artículo publicado en la desaparecida revista Palabra (Nº 19 y 20), nos dice que el Sumidero despertó marcado interés en otros grupos, nacionales y extranjeros, de montañistas, alpinistas y exploradores, que arribaron al estado hacia finales del siglo XIX para intentar conquistarlo.
En 1895, los franceses Pedro Castinel, Esteban y André Feudón se embarcaron en el paso de Cahuaré. En su pequeño viaje pasaron por el sitio conocido como La Ceiba, pero al poco tiempo los terribles rápidos les truncaron su existencia y les hicieron desaparecer. En 1939, “dos grandes exploradores internacionales”, uno belga y el otro francés, fueron arrebatados por la fuerza y profundidad de la “abismal” corriente “y pagaron con su vida la osadía de querer conquistar al Sumidero”.
Exactamente 13 años después, en 1952, los montañistas Robert Thorner y Carlos Palomé Gómez hicieron un cuidadoso estudio del cañón. En 1955, en compañía de sus respectivos hermanos: Jack Thorner y Eduardo Palomé Gómez, se embarcaron en Cahuaré, pero sólo avanzaron escasos cuatro kilómetros en ocho días; requirieron de la ayuda de los lugareños de la alta ribera para salir y salvarse. En 1957, los extranjeros lo volvieron a intentar, pero al ver que sus esfuerzos eran en vano retornaron a su país y nunca más se supo de ellos.
Un año más tarde, el general Francisco J. Grajales, gobernador del estado, organizó una expedición con elementos del Colegio Militar, capacitados y con el más sofisticado equipo, encabezados por los hermanos Palomé Gómez… Se tuvieron que realizar difíciles maniobras en helicópteros para salvarlos.
Vino a acrecentar la leyenda de que el Sumidero no sería conquistado por extranjero, el hecho de que en 1959, el español Francisco Fernández Alberdi, piloto aviador, guerrillero, y famoso navegante del río Congo en África, se embarcara en el consabido Cahuaré para nunca más regresar (sus restos, semidevorados por los caimanes que moran en los recodos del cañón, fueron encontrados al final del río).

Tepechiapan, un sitio de poder
Causó verdadero asombro, desde los primeros estudios formales sobre el cañón, el nombre Tepechiapan (“agua debajo del cerro”, en lengua chiapaneca) con que se designaba al lugar (de ese vocablo surge, por aféresis, Chiapan y luego Chiapa), porque suponía que en algún punto, al chocar con el macizo de la cortina orográfica, el río se sumía, perforaba la roca, y resurgía, como un manantial, en la vertiente opuesta; de ahí que se le conozca como el Sumidero.
Hoy sabemos que ese “sumidero” no existe; ya el profesor Marcos E. Becerra lo aseguraba en 1922, pero también decía: “…es probable que en otro tiempo sí se haya formado. El nombre de Tepechiapan podría haber sido puesto en tiempos en que fuera frecuente la obstrucción del río (en la época de grandes lluvias subsecuentes a largas sequías) por derrumbes de inmensos bloques pétreos, algunos de los cuales se ven aún emplazados en medio de la gran cuenca.
Entonces el sumidero se formaría para dar salida a la inundación producida por el estancamiento de las aguas en las comarcas interiores, y a favor de las oquedades que el desajuste del conglomerado de peñascos permitieran.”
De estas obstrucciones surgió un relato interesante, que ha llegado a nuestros días gracias a la tradición oral de los habitantes del pueblo de Suchiapa:
Se cuenta que los hechiceros o brujos que habitaban la región alta del río intentaron taponar con enormes rocas, peñascos enteros, el paso del Sumidero para inundar las poblaciones de Suchiapa y Chiapa. De esta leyenda da cuenta una mole pétrea empotrada a mitad del río Suchiapa (afluente del Grijalva) en el paraje llamado Piedra Parada o el Boquerón. El malvado intento de los vecinos enemigos fue frustrado por las artes místicas de los hechiceros surimbos.
La historiadora Ana María Rincón, quien ha dedicado gran parte de su vida a la recopilación de relatos, cuentos, leyendas y tradiciones en torno al río y al cañón, plantea una hipótesis metafísica:
Con base en la filosofía religiosa mesoamericana se entiende porqué un sitio es sagrado para alguien, para el creyente. El cañón tenía varias zonas arqueológicas, se sabe que los indígenas prehispánicos se las ingeniaron para cruzar de extremo a extremo la grieta, se encontraban de vez en vez, antes de la inundación provocada por la construcción de la presa Chicoasén, pinturas rupestres en las rocas y utensilios de cerámica en las cuevas; de modo que estos sitios eran de comunicación, donde las gentes de poder se fortalecían, porque son como umbrales para contactar a las entidades celestes y del inframundo.
“… Me cuentan algunas personas de poder, que por obvias razones no puedo revelar sus nombres, por lo menos no sin autorización, que el hecho de que estos sitios hayan quedado bajo el agua no importa, porque el agua es un elemento de la naturaleza, los sitios siguen ejerciendo su influencia, siguen abiertos los umbrales.”

Pañuelo Rojo
H
emos visto cómo pasaron siglos sin que se pudiera doblegar la voluntad del Cañón del Sumidero, muchos fueron los temerarios que intentaron conquistarlo y caro pagaron su atrevimiento. De lugares lejanos vinieron a probar suerte, la mayoría eran hombres experimentados, con recursos, equipo, y sobrada voluntad, pero la leyenda se fortalecía: ningún intruso, extranjero, tendría la gloria.
Por fin, para 1960, ocho chiapanecos, tuxtlecos, lograron lo que nadie: conquistar el indomable Sumidero. Los miembros de aquella histórica expedición tenían entre 17 y 39 años de edad, medían entre 1.65 y 1.70 metros y, como promedio, pesaban 53 kilogramos; es decir, ciudadanos comunes y corrientes.
Ellos eran Jorge Narváez, profesor de secundaria y jefe del grupo; Salvador Castillejos, boticario; Maximiano Castillejos, maestro rural; Eneas Cano, burócrata; Nabor Vázquez y Martín Pérez, artesanos; Rodolfo Castillejos, mecánico; y Ramón Alvarado, burócrata.
La agrupación tomó el nombre de Pañuelo Rojo de un popular son de marimba, y se dice que antes de la empresa se ejercitaron durante ocho meses con gimnasia, marchas forzadas, navegación en condiciones críticas, práctica de montañismo y exploraciones preparatorias. El buen entrenamiento les permitió compensar la falta de equipo: sólo disponían de 5 mil pesos donados por el gobierno de Chiapas y la colaboración de empresarios y comerciantes tuxtlecos. Ellos mismo fabricaron sus uniformes de color rojo, y compraron por 250 pesos una balsa de hule usada, y construyeron otra con cámaras de tractor. Por otro lado, sólo tenían 40 metros de cable de algodón y una cámara de cine prestada. A juzgar por la situación, todo era una locura.
El periodista José Luis Beteta escribió en 1978: “Los expedicionarios cuentan que para poder acampar por las noches en alguna playita en un recodo, primero hay que invertir una o dos horas matando a machetazos las víboras venenosas que surgen de todos lados; después, luchar a pedradas con tropas de changos que se arrojan sobre los humanos mitad por curiosidad, mitad por robarles la comida; en seguida, asegurarse que el lugar no esté cercado por los lagartos, cuya piel es tan dura que sólo es posible matarlos con rifles de alto poder o fuertes arpones; a continuación, encender fuego y montar guardias para prevenir ataques de pumas o gatos monteses; y por fin, resignarse a los mosquitos, inmunes a todo repelente y capaces con sus aguijones de atravesar camisas de mezclilla.”
La expedición partió casi en la total indiferencia, y es de comprenderse, porque antes se habían ejecutado empresas mejor planeadas, mejor equipadas, mejores en otros muchos aspectos, pero carecían de la territorialidad, del respeto por las fuerzas naturales, de los fenómenos que ahí ocurren: dentro del cañón las tormentas se forman y disipan repentinamente, se desatan vientos terribles que alcanzan la fuerza del huracán, hay tramos en los que el río parece correr en absoluto silencio y provoca un desasosiego físico que raya en las nauseas, los rápidos de hasta 100 kilómetros por hora sorprenden en un parpadeo, el furioso rugir del cauce ensordece. Es algo más que un paseo en lancha.
Habla, de nuevo, la historiadora Rincón: “Maximiano Castillejos me contó que los pobladores de la región le dijeron que el cañón era sagrado, que estaba cuidado por muchos espíritus y que tenían que pedirles permiso para que los dejaran cruzar. Me dijo que así lo hicieron, antes de entrar se detenían un instante y les hacían el pedimento a los espíritus.”
La compañía Pañuelo Rojo regresó en pleno delirio: los héroes fueron recibidos con fuegos artificiales, coronas de flores y discursos del gobernador. Les regalaron unas medallas hechas con pesos dorados en un taller de galvanoplastia de Tuxtla.

Recientes tragedias
23 de diciembre 2009: Dos personas murieron y ocho resultaron heridas al impactarse dos lanchas turísticas en las aguas del río Grijalva. En el accidente fallecieron Raymundo Ochoa Rojas, de 60 años de edad, originario del Distrito Federal, residente en Chiapas hacía un año; y Karina Pérez Serna, de 27 años, oriunda de Pachuca, Hidalgo. Llama la atención que las víctimas también fueran foráneas.
08 de febrero de 2010: Una lancha de la cooperativa Namduimé, en la que viajaban 38 personas, chocó contra un tronco flotante y se volcó, 16 pasajeros resultaron heridos, no hubo pérdidas humanas. La mayoría eran turistas de otras latitudes.
15 de febrero de 2010: Se reportó la muerte de tres personas (luego se confirmaría una cuarta), dos desaparecidos y 38 lesionados, dos de gravedad, tras la volcadura, en las aguas del Grijalva, de una lancha de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas. En el aparato viajaban 40 locatarios del mercado de Acala.

El Cañón del Sumidero y el río Grijalva aún custodian numerosos misterios. Baste este recuento para reflexionar sobre las consecuencias de no prestar oídos a los antiguos consejos y advertencias. No es la primera vez ni el único caso en que la naturaleza sorprende al hombre y le hace recordar la necesidad obligada de estar en armonía con su entorno.

Ilustraciones: Toshiro (Tragedia del Cañón)

Manuel Suasnávar (Conquista del Cañón)