Hubo una vez un dios travieso al que se le ocurrió decir “hágase la luz”, y la luz se hizo. A la claridad que se separó de las tinieblas llamó día y su alegoría era el sol, y a las sombras que quedaron llamó noche, y la luna la representó.
En otra ocasión, un día o mil años después, jugando con sus primeras creaciones, cigarrillo en mano, su ocurrencia le dictó equiparar los tiempos de duración de cada extremo luminoso, y llamó a este nuevo fenómeno de manera fenomenalmente extraña: equinoccio.
Con el tiempo, otra de sus creaciones, que hasta el momento ni él sabe si fue la mejor o la peor, se maravilló de tan singular ocurrencia y lo hizo evidente en obras escultóricas monumentales, a saber, el templo de Kukulcán, ubicado en Chichén Itzá, de herencia maya-tolteca.
En la actualidad, este fenómeno astronómico sigue causando admiración. Prueba de ello es que el escultor villaflorense Robertoni Gómez realizó un trabajo de investigación que duró año y medio, para comprender los instantes en que suceden estos cambios estacionales, distintos para el hemisferio norte y el hemisferio sur, y utilizarlos para crear una figura luminosa, proyectada por espejos sobre una superficie plana, con las condiciones especiales de sombras y luces de los dos equinoccios del año: el de marzo y el de septiembre.
De esta investigación, el artista plástico creó tres esculturas con dos espejos cada una que asemejan un libro abierto que ve al cielo, y en cada cristal pintó una de las tres partes que dan forma a la proyección del globo terráqueo, la cual se ve solamente en dos ocasiones al año; de ahí la importancia y grandeza del “Reflejo de la Tierra”.
En otra ocasión, un día o mil años después, jugando con sus primeras creaciones, cigarrillo en mano, su ocurrencia le dictó equiparar los tiempos de duración de cada extremo luminoso, y llamó a este nuevo fenómeno de manera fenomenalmente extraña: equinoccio.
Con el tiempo, otra de sus creaciones, que hasta el momento ni él sabe si fue la mejor o la peor, se maravilló de tan singular ocurrencia y lo hizo evidente en obras escultóricas monumentales, a saber, el templo de Kukulcán, ubicado en Chichén Itzá, de herencia maya-tolteca.
En la actualidad, este fenómeno astronómico sigue causando admiración. Prueba de ello es que el escultor villaflorense Robertoni Gómez realizó un trabajo de investigación que duró año y medio, para comprender los instantes en que suceden estos cambios estacionales, distintos para el hemisferio norte y el hemisferio sur, y utilizarlos para crear una figura luminosa, proyectada por espejos sobre una superficie plana, con las condiciones especiales de sombras y luces de los dos equinoccios del año: el de marzo y el de septiembre.
De esta investigación, el artista plástico creó tres esculturas con dos espejos cada una que asemejan un libro abierto que ve al cielo, y en cada cristal pintó una de las tres partes que dan forma a la proyección del globo terráqueo, la cual se ve solamente en dos ocasiones al año; de ahí la importancia y grandeza del “Reflejo de la Tierra”.
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