Yo creía, como varios, que Morfeo era el dios del sueño. Ovidio en Las metamorfosis, un libro publicado originalmente en el año ocho después de Cristo, nos aclara que Morfeo es hijo del Sueño y de la Noche y “era el primero y más dulce de los sueños, pero no el rey de ellos como se cree”. [...] Hay otro que toma la figura de bestias salvajes, pájaros y serpientes; los dioses le llaman Icelón, y los hombres, Fobetor. El tercero, que se llama Fantasios, se trasforma en tierra, en roca, en rivera y en toda suerte de cosas inanimadas. Estos tres sueños viven solamente en las moradas de los reyes y nobles; los otros son para el pueblo”.
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Lo peor que me ha ocurrido con las costumbres salvajes que hay en Chiapas de cerrar caminos por quítame estas pajas fue cuando, por la invitación aceptada de presentar un libro (Yucundo, lamento por una rivera, de Heberto Morales), he sufrido secuestro. Los actos culturales, de pronto, devienen novelas de aventuras.
Se haría en un municipio de célebre estirpe bochinchera. Mi mujer y mi hija decidieron acompañarme. Llegó la hora de la presentación y lo más granado del pueblo estaba allí, con sus mejores galas. La mesa de presentación parecía la última cena (no porque fuéramos cercanos al espíritu, sino por lo numerosos) y uno tras otro fueron desgranando sus discursos: emocionados unos, soporíferos otros, sentimentales dos o tres. Tocó hablar al autor y luego el improvisado maestro de ceremonias agradeció a los concurrentes. Todo parecía terminar en santa paz. No fue así, pues un grito hizo que aquello se volviera un pandemonium:
—¡Ai viene un grupo de enmachetados!
Como en un ballet ensayado, un grupo de personas corrió hacia la puerta (algunos lograron salir) y logró poner el candado antes de que los machetes comenzaran a estrellarse contra el hierro de la puerta. Clan, clan, clan. Las voces de los hombres armados, ensombrerados y con la cara cubierta con paliacates eran ininteligibles, porque dentro se mezclaban con gritos masculinos que los intentaban llamar al orden, rezos desesperados de las mujeres y previsible llanto de niños que, sin entender el asunto, olfateaban el peligro.
Allí estábamos encerrados, detenidos, secuestrados por esos hombres que no parecían entender que aquello era un acto para celebrar la aparición de una historia de ficción que, en su caso, sólo quería acercarse a la realidad a través de la palabra. De nuevo los hombres de acción contra los hombres de ideas, los machetes contra el libro. Ah, historia tan repetida. “Pero nosotros no somos de aquí, a nosotros no nos van a hacer nada, ¿verdad?”, me dijo mi mujer con una voz cercana al llanto. No le contesté. Suponía que si lograban tirar la puerta —clan, clan, clan— no iban a pedir credenciales antes de lanzar el tajo. Los de machete no estaban, evidentemente, buscando una discusión intelectual.
Llevé a mi hija (era una niña en aquel entonces) y a mi mujer al fondo del salón, y me acerqué a un escritor de la localidad.
—¿Por qué hacen eso, van a matarnos?
—Son los tapacaminos —me dijo él, muy tranquilo—, siempre andan en bola y con machete. No van a poder entrar, nomás hacen ruido.
Clan, clan, clan.
—¿Y qué quieren?
—Hablar con el presidente del comisariado ejidal.
—¿Cómo?
—Sí, es que se enteraron de que aquí estaba, en este evento.
—No entiendo.
—Lo andan buscando, porque quieren platicar con él.
—Lo que no entiendo es por qué hacen esto. ¿No podían haber hecho una cita para verlo en su oficina?
—Tal vez sí, pero es que estos actúan así, al chingadazo.
—¿Y dónde está el hombre que buscan?
Movió la cabeza, lo buscó por entre la viejecita que, arrodillada, le pedía misericordia a Dios; detrás de los tres niños que ya habían organizado un concierto llorón; frente al hombre que sin ver la tempestad le gritaba “Animales” a los enmachetados, en fin, por entre los que se movían y hablaban, rezaban, gritaban, mientras —clan, clan, clan— los otros, impertérritos, continuaban con su tarea de dejar caer los machetes sobre la puerta.
—No está, yo creo que logró salir.
El hombre buscado había salido. Negoció con ellos, afuera, para que nos dejaran libres. Quién sabe por qué los sombrerudos decidieron hacernos una valla. No fue muy tranquilizante pasar por entre ellos (sus ojos inexpresivos nos veían con fijeza), pero sí fue bueno estar afuera, ya, rumbo al coche.
—¿Adónde van? —me dijo al alcanzarme uno de los organizadores—, hay una cena especial para ustedes.
Volví la vista hacia mis acompañantes.
—¿Quieren ir?
Las dos me dijeron sin asomo de dudas.
—No queremos cenar, queremos irnos a la casa.
Y donde manda capitán...
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El famoso libro Cartas a Theo, que contiene las misivas, algunas muy breves, que Vincent Van Gogh escribió a su hermano ha sido parodiado brillantemente por Woody Allen en su colección de relatos y obras de teatro Sin plumas (Tusquets, 1976). Con el larguísimo título “Si los impresionistas hubieran sido dentistas (una fantasía que explora la transposición de temperamento)” Allen escribe, en tono cómico, las cartas que Van Gogh hubiera escrito si, en lugar del gran pintor que fue, hubiera sido dentista. En ésta se refiere a las razones por las que se cortó una oreja (p. 163): “Querido Theo: Sí, es cierto. La oreja que venden en Fleishman y Hermanos es mía. Ya sé que he cometido una estupidez, pero quería regalarle algo a Clara por su cumpleaños el sábado último y estaba todo cerrado. Oh, en fin. Hay veces que hubiera querido haberle hecho caso a papá y ser pintor. No es que resulte muy emocionante, pero se lleva una vida metódica. Vincent”.
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Pese a las historias sobre la cotidianidad oriental que parecen anular a la mujer, volverla objeto, los chinos en sus ideogramas, que es su modo de escribir, dan a las mujeres sólo significados positivos. Carlos Prieto (Cinco mil años de palabras, Fondo de Cultura Económica, 2005:229) dice: “La palabra bueno (o ser bueno) consta de dos caracteres. El primero, nü, significa mujer; el segundo, zi, niño o niña. El ideograma representado por mujer y su hijo significa, pues, bueno, o ser bueno, o bien. La palabra paz se escribe con el carácter mujer bajo un techo”.
Ilustración: Manuel Velázquez.
Contactos: hectorcortesm@hotmail.com
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