Más que encharcamientos
Declaratoria automática de emergencia para Yajalón, el municipio más afectado de Chiapas por el paso de la depresión tropical Matthew. Nos es para menos, los daños son incuantificables, decenas de coches inundados, arrastrados por la corriente desbordada del río. Lodo, piedras, árboles, animales, en amasijo, cubrieron las calles. Cerca del 30 por ciento de la ciudad afectado. También hay muertos y varios desaparecidos, que mañana pueden ser muertos también. El dolor se siente en la humedad, en la pérdida… Dicen encharcamientos y yo imagino pequeñas lagunas en varios puntos de los municipios afectados (San Cristóbal, Ocosingo, decenas más) pero veo las fotos y en ellas sólo hay inundaciones, corrientes de río arrastrando todo a su paso, patrimonios destruidos, aplicación necesaria del Plan DNIII… Las aguas aumentan su nivel por las lágrimas derramadas.
Platicando de la lluvia constante en Tuxtla y de las medidas preventivas:
—Ya viste cómo llega gente a recoger en camioneta la costalada de arena que pusieron en los márgenes del Sabinal.
—Pues han de tener harto miedo de inundarse, ¿no?
—Qué miedo van a tener esos salados, aprovechando la arena gratis pa’ construir están.
—Ah, cómo hay gente burra, ¿no?
—¿Burra? No. Harto vivo que hay.
Me llega un mensaje de alerta desde Tonalá:
—¡Amigo, se ahogan las putas!
—Mi consuelo es que se conviertan en sirenas y sigan chambeando, respondo.
El hombre se refugia al fondo de la casa, allá donde ha dispuesto su habitación, cierra las cortinas y la puerta, se acurruca en la esquina que se forma entre la cabecera de la cama y la pared, se cubre por completo con la sábana. Afuera llueve, desde hace 24 horas llueve, el río aumenta su caudal, embravece. El hombre espera que la inundación no lo encuentre.
El hombre duerme acompañado de la espesa melodía de las gotas que caen. Su respiración se escucha sobre los chasquidos repetidos. Gira sobre su cuerpo y el silencio lo despierta. Por razón desconocida su cama no chilla, no rechina, como siempre. Se sienta. Ve a su alrededor: su cama flota, y así sus zapatos y sus libros y su forma de vida. La inundación, reptil sigiloso, interrumpe su sueño.
Allá va la pintura del monero. Allá va el sombrero del poeta. Allá va el traje de graduación del provinciano. Allá va la prenda perfumada de la amada. Allá van los recuerdos ahogándose en el lodo.
La inundación
El río trajo troncos y lúbricos helechos:
la creciente mantuvo mi memoria anegada.
La inundación es gris. La niebla húmeda nada
entre ruinas y patos y lúgubres deshechos.
Mundos rotos, barcazas, heridas en el pecho
del río; y un olor como a selva concentrada;
un hedor incipiente y una aguda parvada
de gritos en la cumbre del paisaje maltrecho.
Tiembla un dolor de siglos en las aguas impuras
que arrancaron raíces y carcomieron tumbas,
que ahogaron yeguas, potros, jardines y espesuras.
Hay un salmo en el viento y un soplo de amargura
y donde antes fluía el licor de las rumbas
sólo queda un suspiro donde el aire supura.
(Bartolomé, Efraín. Cantos para la joven concubina y otros poemas dispersos. Praxis. México DF. 1992. pp. 73.)
Platicando de la lluvia constante en Tuxtla y de las medidas preventivas:
—Ya viste cómo llega gente a recoger en camioneta la costalada de arena que pusieron en los márgenes del Sabinal.
—Pues han de tener harto miedo de inundarse, ¿no?
—Qué miedo van a tener esos salados, aprovechando la arena gratis pa’ construir están.
—Ah, cómo hay gente burra, ¿no?
—¿Burra? No. Harto vivo que hay.
Me llega un mensaje de alerta desde Tonalá:
—¡Amigo, se ahogan las putas!
—Mi consuelo es que se conviertan en sirenas y sigan chambeando, respondo.
El hombre se refugia al fondo de la casa, allá donde ha dispuesto su habitación, cierra las cortinas y la puerta, se acurruca en la esquina que se forma entre la cabecera de la cama y la pared, se cubre por completo con la sábana. Afuera llueve, desde hace 24 horas llueve, el río aumenta su caudal, embravece. El hombre espera que la inundación no lo encuentre.
El hombre duerme acompañado de la espesa melodía de las gotas que caen. Su respiración se escucha sobre los chasquidos repetidos. Gira sobre su cuerpo y el silencio lo despierta. Por razón desconocida su cama no chilla, no rechina, como siempre. Se sienta. Ve a su alrededor: su cama flota, y así sus zapatos y sus libros y su forma de vida. La inundación, reptil sigiloso, interrumpe su sueño.
Allá va la pintura del monero. Allá va el sombrero del poeta. Allá va el traje de graduación del provinciano. Allá va la prenda perfumada de la amada. Allá van los recuerdos ahogándose en el lodo.
La inundación
El río trajo troncos y lúbricos helechos:
la creciente mantuvo mi memoria anegada.
La inundación es gris. La niebla húmeda nada
entre ruinas y patos y lúgubres deshechos.
Mundos rotos, barcazas, heridas en el pecho
del río; y un olor como a selva concentrada;
un hedor incipiente y una aguda parvada
de gritos en la cumbre del paisaje maltrecho.
Tiembla un dolor de siglos en las aguas impuras
que arrancaron raíces y carcomieron tumbas,
que ahogaron yeguas, potros, jardines y espesuras.
Hay un salmo en el viento y un soplo de amargura
y donde antes fluía el licor de las rumbas
sólo queda un suspiro donde el aire supura.
(Bartolomé, Efraín. Cantos para la joven concubina y otros poemas dispersos. Praxis. México DF. 1992. pp. 73.)
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