¿Pinocho?

¿Pinocho?
De ningún modo, es el canshapito posando con una su mascarita de parachiquito

viernes, 13 de mayo de 2011

Fiero su modo, pero qué talento

Foto: Fernando Villafuerte.
Es 1967. El lugar: una escuela de monjas en Zamora, Michoacán. La situación: las madres ofrecen palabras de aliento a sus hijos adolescentes, previo a que representen la obra Los árboles mueren de pie (del dramaturgo español Alejandro Casona). La mamá de Arcadio Acevedo, católica de cepa, ajena a las tradiciones amorosas, profiere las palabras que tendrán resonancia vitalicia: "¡Me avergüenzo de mi segundo vástago por el rimero de leperadas que escribe —se refiere a El postigo, su rabioso debut como escritor— y por ser un acólito del regenteador de las tinieblas!"

Arcadio Acevedo Martínez nació en Zamora, en 1948. Un lugar que puede ser considerado “el San Cristóbal de Las Casas, de Michoacán”, habitado por gente que se siente “culta, guardianes de la fe y de los buenos modos”.
Fundada por un gran número de españoles, la conciencia de abolengo y apellido es parte inherente de la atmósfera del lugar, “podías no tener dinero, pero si tenías buen apellido eso te daba como el derecho a discriminar y menospreciar a los demás”.
Llegado al mundo en el seno de una familia “ultraconservadora” y proletaria, los días de Arcadio no podían transcurrir sin la puntual asistencia a misa a muy temprana hora por la mañana y el hondo vacío en los bolsillos debido a la falta de dinero.
Mientras cursaba la primaria en una escuela privada que le pagaba su abuelo —ranchero, exitoso económicamente, él sí— le llegó la invitación de continuar sus estudios en el Seminario, a lo que no quiso negarse tras ser seducido por fotografías que mostraban enormes edificios barrocos, albercas, canchas de basquetbol y “toda la cosa”.
Al terminar la primaria viajó a la ciudad de Puebla e ingresó al Seminario donde estudió la secundaria y preparatoria juntas. “Le llamaban Humanidades a ese periodo y en él estudié las bases del latín y el griego para poder traducirlo con facilidad. Jamás tuve la vocación de clérigo, la idea era salir de mi pueblo”.
Regresa a Zamora y se ve obligado a repetir el nivel medio superior porque la formación religiosa no se la avalaron oficialmente y, como perseguido por un fantasma, la nueva escuela era dirigida, también, por mujeres consagradas a la iglesia.
Al concluir, ahora sí, la preparatoria, se casa. Bueno, lo casan, porque “se comió la torta antes del recreo”. Fue un matrimonio tan feliz —él 17, ella 16— que a los 11 meses terminó. Le pegó duro: "ya sabía que me iba a morir, porque no concebía la vida sin la mujer que amaba”. Así estuvo algunos meses.
Al poco tiempo, y por casualidad, acompañó a León, Guanajuato, a un amigo que buscaba trabajo en la radiodifusora XELG, pero fue rechazado. “Esa gente era muy exigente porque, digamos, era como la pequeña XEW del Bajío (10 mil watts, se escucha por todas partes). Lo intenté y yo sí me quedé. Ahí estuve año y medio”.
En ese tiempo conoció a una modelo de motos, “hermosísima mujer, blanca, pelo castaño, ¡n’hombre!”. Ella le dijo “bueno, sí me voy contigo, pero no aquí ni cerca de aquí porque en el Bajío casi todos son persignados”.
En la elección de su destino eliminaron las capitales de alrededor y el resto lo echaron al interior de un envase de coca y lo dejaron a la suerte, la tercera en salir sería, “¡puta, Tuxtla Gutiérrez, cuándo en la vida!” Ya en la terminal, la suegra le dijo a su retoño: "mi’jita, cuídate mucho, en Chiapas puro indio hay y son bien malos”, y emprendieron el viaje que tendría una duración de 36 horas debido a varias dificultades. Arcadio ya no dejaría a la indiada.

Entre madrazos y colores
Arcadio Acevedo es locutor (voz franca, grave, transparente), periodista (columnista, gran entrevistador), monero (Premio Chiapas de Caricatura 1986), pintor (famoso por sus quijotes y zapatas), modesto (al grado de rechazar lo anterior).
Autor de El postigo (narrativa), Las bolitas (caricatura), Rimero de plumas. Crónica intermitente de un constante desamor (colectivo), Romeo Anaya, guerrero auténtiKO (biografía), El matador, vida y milagros (entrevista), Pablo, a ras de cancha (entrevista), estos últimos de la serie Los hijos de la gran Tuchtlán, e ilustrador de la Agenda de la Rial Academia de la Lengua Frailescana (2006, 2007 y 2008).
Hombre que se asume dependiente de las personas y de mal carácter; amigo que prefiere madrearse con sus pocos cuncas a la hipocresía; humano apartado de la gente, pero no solitario; rostro serio, jamás solemne: Arcadio.
Acepta la entrevista aunque reconoce que no le gustan. Promete esperarnos en su vivienda ubicada en la 2ª Poniente, entre 5ª y 6ª Norte, a medio día. No da número de casa ni descripción de fachada, pero gozamos de la certeza de ubicarla sin problema en cuanto estemos ahí (la referencia es incuestionable: enfrente de una cantina y al lado de una cantina). En efecto, la encontramos.
Al llegar, el anfitrión se despide de un par de amigos que lo acompañan, nos cruzamos con los que salen. Lo recorremos con rapidez: cabello negro que pierde la batalla contra el blanco, bien peinado, cara afeitada, limpia, a excepción de un grueso bigote castaño que se amalgama a la nariz, ojos saltones color verde (no tiene el habitual polarizado de sus gafas negras), estatura media, delgado aunque barrigón, camisa larga a cuadros recogida sobre los brazos, jeans y zapatos negros opacos. Se ve joven, él insiste en lo contrario.
Su vivienda es pequeña y acogedora, con lo indispensable. Las paredes están pintadas de melón y el piso es amarillo. Como adorno tiene pinturas, algunas en marcos, otras sobre la pared misma, murales. Sentado sobre una silla roja, que hace juego con una mesa pequeña de madera en medio de la sala, me pide que me siente. Se escucha de fondo música clásica, hace calor bajo este techo cercano. “Bueno, comencemos”, me dice.
—Arcadio, disculpa este inicio tan elemental, pero tienes fama de buen caricaturista, uno de los mejores de Chiapas, se dice, ¿cómo te inicias en esta actividad?
—Bueno, cierta ocasión estábamos bebiendo trago con Valdemar Rojas, presidente municipal en aquel tiempo de Tuxtla, Augusto Solórzano, Pepe Villanueva y Paco Romero, que era tesorero. El caso es que don Pancho Núñez le pegaba mucho a Valdemar, decía "faltan tantos días para que se termine la pesadilla panista".  Yo no lo conocía; de hecho, no conocía casi a ningún periodista, mi medio era la radio. Yo le estaba haciendo un dibujo a Solórzano y en eso Valdemar me preguntó si dibujaba, le dije que sí; entonces, me pidió que le dibujara una caricatura en contra de El Sol de Chiapas y me pagó 3 mil pesos. Después Pepe Figueroa me dijo “haz caricatura” y comencé en El Heraldo de Chiapas haciendo un perrito, inicialmente era normal, después se fue parando hasta estar en dos patas y siempre andaba en el pomo el chucho ese.
—¿Cuándo descubriste ese talento?
—El gusto por dibujar lo tuve siempre, pero no me dediqué a eso. Ya me vine a dedicar a esto cuando me mandaron al diablo del programa de radio que tenía (Pura cuerda), al ocurrírseme en buena onda criticar a Pablo Salazar cuando era candidato, y ya cuando tomó posesión volé. De ahí ya de perro, pues, y ¿ahora qué hago? Entonces, por necesidad, alguien se me acercó y me dijo “oye, yo sé que tú dibujas”, pues más o menos, le dije, “porqué no me haces un Zapata”, y así empecé, hace como seis años. Por eso cuando me preguntan les digo que yo no soy pintor, porque no me considero un pintor, igualmente boxee antes y no soy un boxeador, era un asunto muy elemental.
—¿Cómo está eso de que boxeaste?
—En primer lugar siempre fui fanático de los boxeadores; de hecho, el libro de Romeo es porque ahí platicando con los cuates les conté la vida y milagros de Romeo Anaya y de los grandes campeones de aquella época. Luego porque en Navidad el dueño de una tienda, al que le decíamos "Chucho, el vaquero", organizaba torneos navideños y pues te la rifabas. A veces el premio era una caja con unas galletas, pero no importaba, el asunto era que se madreara uno ahí y que te lo ganaras. Y yo me lo ganaba invariablemente, aunque no fuéramos del mismo peso, pues siempre fui muy flaco. Ahora ya estoy gordo por viejo, pero siempre me llevé a los otros.
—Respecto al periodismo, ¿desde cuándo te involucras y qué apreciación se merece el que se hace en Chiapas?
—En 1966 escribí por vez primera en un periódico. Y, bueno, la apreciación que se merece el de Chiapas es la que se merece prácticamente el de todo el país, pues, imagínate, en un país que no lee, en un estado que lee menos, es muy difícil que el periódico viva de sus lectores; entonces se establece la dependencia de gobierno, es un asunto muy maquiavélico en el que es difícil tomar una posición: si se golpea no hay lana, si no hay lana no hay periódico, si no hay periódico no hay fuente de ingresos, es delicado.
—¿Y el aspecto cultural? No puedes negar que eres un creador.
—Yo nunca he pretendido inmiscuirme. Es más, te soy franco, no me gusta el ambiente cultural, sigo creyendo que independientemente del talento que tenga el aspirante, o no, se manejan como pequeñas familias, donde nadie tiene entrada, sólo ellos, y cuando se trabaja así se pierde el rigor. Hay mucha gente que publica o publicamos y nos sentimos poetas o narradores, pero no todos.
—¿A diario pintas?
—Diario lo hago, diario pinto porque soy un tipo hiperactivo, escribo algo, lo dejo, pinto, regreso. Siempre escribo y, sobre todo, siempre pinto porque es lo que me está dando de comer; o sea, ya no tengo ningún otro ingreso más que esto.
—¿Qué experimentas al pintar?
—Es como escribir que te vas a acostar debajo de un árbol y que la sombra está a todo dar y te permite contemplar lo que sea; porque el hecho de la contemplación te hace pensar, según yo, más lúcida y más profundamente, entonces esto se me hace sedante, pintar. Además la sorpresa de nuevos colores que ni tú sabes cómo le hiciste, para uno que no es pintor es un descubrimiento diario y te dices "ah, chingao, y esto cómo salió".  Es como los oasis que tiene uno. Yo soy de carácter muy fuerte, soy muy nervioso y acelerado, entonces esto es como el lastre que me sirve para detenerme tantito y no hacerlo todo tan visceral y aceleradamente.

Vivir es bello, pese a todos los pesares
Arcadio Acevedo es un hombre que toma la vida como se va presentando, no espera sufrirla, no espera disfrutarla, la toma, y en ese tomar a veces se presenta dulce amante y, otras, mujer celosa. Platicar con él no es una suerte de diálogo elaborado, ni siquiera una lenta respuesta en busca de las palabras correctas; de su boca brotan sapos y serpientes o, cayendo en el extremo, flores perfumadas.
Continuamos en su casa, el calor es inclemente. Bajo la mirada fija de zapatas azules y ojos enormes de personajes diversos nos cuenta que ha sido una gran sorpresa el vertiginoso éxito de sus pinturas. Continúa incrédulo:
“Ni yo me la creo, pues, vivir de esto. Al principio era lo clásico, te ven de perro y '¿oye, cuánto?', 500, 'traigo 200', viene; a veces sólo para recuperar lo del marco. Ahora no, la quincena pasada vendí toda la colección de ilustraciones que hice para un libro, un total de 16; un Quijote por aquí, un Cristo por allá, '¿cuánto?', tanto; en fin, estoy muy contento, no hay mal que por bien no venga.”
En sus pinturas tiende a hacer personajes de ojos grandes. Algunos estudios psicológicos indican que el que hace ojos grandes en sus dibujos tiene problemas con su madre. “Mi mamá me acomplejó, yo pienso que a eso obedece. Cuando la hacía enojar me decía 'ojos de sapo', 'ojos de buey', porque los tengo saltones. Me acomplejó porque luego yo usaba lentes oscuros, ¡pero oscuros!, que me los tenía que levantar porque no miraba en la noche, me tapaban todo. Entonces, yo supongo, que como desquite pongo ojones”.
Seguimos la charla:
—Tu blog en Internet ¿por qué se llama Los Bolonautas?
—El término no es mío, es uno que usaba René Delios para sí mismo, entonces se supone que los que somos bolos viajamos a través del alcohol, por eso somos bolonautas; es la gente que con el alcohol no sólo se emborracha sino llega a cosas creativas.
—¿Cómo explicas que al tener carácter fuerte gozas, también, de un excelente sentido del humor?
—Yo supongo que así como la naturaleza dota a cada especie de pros y contras, así es con uno: “te di mal carácter, pues te doy sentido del humor”. Yo no soy solemne, no me gusta lo solemne, yo he expuesto pinturas y caricaturas en la cantina; creo que la mejor filosofía sobre la vida es no tomarse a uno demasiado enserio.
—Parafraseando tu breve auto-semblanza que se encuentra en tu blog y en tus libelos, ¿es verdad que has decidido beber el resto de tu existencia con la gratitud y el ánimo a toda asta?
—No. Soy buen borracho. Lo que pasa es que yo mismo me cotorreo con el trago. Te puedo asegurar que a quien le preguntes nadie me ha visto rebotando, tantito me siento bolo y huye conejo.
—Sobre las relaciones humanas, Arcadio, ¿cuál es tu concepto de amistad?
—Mira, hablando de la amistad, yo tengo una experiencia que creo que me marcó, de hecho a veces me conflictúa. Mi mamá es una persona muy dura, viuda desde los 38 años, con 11 hijos, imagínate, de modo que la primera crítica de ella era, precisamente, con sus hijos. Para ponerte un ejemplo te diré que si uno tenía novia y se la llevaba a presentar, luego luego le preguntaba “¿Ya lo conoces bien? Es un huevón y tiene un carácter de la chingada”, entonces, evitábamos ya preguntarle a nadie y a mí me sucede eso con los demás.
“Alguien por ahí decía que la sinceridad no consiste en decir todo lo que se piensa, sino en no decir lo contrario de lo que se piensa. Entonces, a veces digo que quizá debo actuar así. No me puedo guardar las cosas, me siento hipócrita si no digo lo que estoy pensando, 'oye, qué te parece', no me gusta, y es ahí cuando me pregunto porqué tengo que decirlo todo tan encueradamente.
"Tengo pocos amigos, muchos conocidos —en la bolera ya sabes que se conoce a mucha gente—, pero pocos amigos, y es precisamente en la aceptación esa de que nos permitimos decir lo que nos gusta y lo que no nos gusta. Uno de ellos es el escultor Robertoni Gómez, con él nos hemos agarrado a madrazos muchas veces, pero conservamos la amistad. Una amistad que no te permite opinar o disentir de lo que piensa tu amigo no es amistad, ¿de qué se trata? Eso que lo haga tu mujer, ahí no tiene uno defensa, jeje."
—La relación con tu familia...
—La veo muy poco, pues ellos viven lejos, el único que vive aquí es Carlos, al que invité a venir, que también es periodista y es muy talentoso, me gustaría escribir como él. Todos los demás estamos regados, hace 12 años que no veo a mis hermanos, tenemos contacto a través de la Internet, me escriben, me mandan fotos actuales. Hay poca cercanía física, que para mí, así como es mi carácter, es preferible. Sé, de alguna manera, que padecen cómo yo soy, porque ellos no comulgan con mi manera de ser, siempre me andan diciendo "te vas a condenar", bueno, "te vas a ir al infierno", es probable. Entonces, ni me padecen ni yo me siento incómodo tratando de aparentar lo que no soy. Yo escogí mi manera de vivir, ¡mira cómo vivo!, con que me alcance y con mandarle dinero a mis hijos estoy bien...
—¿Hijos?, ¿cuántos son?
—Tengo seis hijos. Tengo dos del primer matrimonio, con los que hablo como si fueran mis hermanos, nunca los sentí como hijos, nunca viví con ellos; de hecho, uno nació cuando ya estábamos separados con su mamá. Los otros son tuxtlecos y viven en Oaxaca.
—¿Qué tal tú y las mujeres?
—Es lo que más me ha gustado, el mundo no se imagina sin ellas, todo las tiene como punto objetivo final. Pero al ser yo de una escuela de machos, por razones elementales ni las disfruté como debí y, por supuesto, las hice padecer. En serio, un tipo posesivo que cree —eso es lo peor, que lo crees, porque si fuera por perverso qué bueno, para que se te quite lo pendejo— que si una mujer vive contigo y te quiere no necesita nada más, como si fuera un objeto en la casa, esa es la verdad, ¿no? Luego me arrepentí por lo que pasó, ya para qué. Lo que me salva un poquito, y no debería decirlo, es el hecho de que con todas las mujeres que he vivido seguimos siendo amigos; entonces, no fui tan de al tiro, supongo.
—¿Y la soledad...?
—Ahora la disfruto. La única sombrita que se atraviesa es que como ya estoy viejo escucho "ya peló fulano"; o sea, el temor de un infarto o una caída y que no haya quien te atienda, es lo único que me ensombrece. Me gusta estar solo, siempre fui solitario. De chavo buscaba los cafés más apartados para hacer mis mariguanadas; en mi casa si no había un cuarto donde pudiera estar solo lo construía de cartón en la azotea, siempre me gustó estar aparte, no solo, aparte. A veces tengo alguna relación con amigas —la que acaba de salir es gran amiga mía— y aquí nos emborrachamos o pisamos, no hay problema, pero ya no compartiría mi espacio, porque pintar y escribir es una labor de solitarios.
—Haciendo un vil saqueo a tu auto-semblanza, ¿en verdad crees que aún no terminas de desempacar y ya tienes que despedirte?
—Eso nos pasa a todos. Te platicaba cuando mi primer noviazgo, me caso y me mandan al diablo, yo me moría, no concebía la vida sin esa mujer; luego la volví a ver y dije "uta, no era pa´ tanto, carnal", y está uno joven, cuando uno está ruquito hasta una rana es buena, ¿no? Hablábamos de las compensaciones de la naturaleza: cuando uno está joven no tiene experiencia y cuando tienes experiencia ya estás ruco y es cuando empiezas a apreciar la vida. Es cierto, cuando ya tienes que irte es cuando habías entendido cómo está este asunto y qué bello es vivir, pese a todos los pesares.

De El postigo, Capítulo XI:
—Eres agresivo al hablar. Eres amargo, nauseabundo y áspero escribiendo. Tu remedo de vida es una majadería. Y tu "oración"... esputo ácido con hábitos de franciscano. A nadie convences clavándole el puñal en la barriga.
Dicaroa me despierta, echado junto a la pata de la cama. Continúa:
—Te escurre el rencor por las orejas, largas puñetazos, patadas sin importarte a quién derribas. Esta ciudad, muy a tu pesar, es tuya, convéncete. Es mía la ciudad, es nuestra. Ellos somos nosotros en la conjugación del pueblo. Nosotros somos ellos. En esta ciudad naciste y si quieres morir aquí has de hacerlo. En tierra ajena, grábatelo, nunca podrás descansar a muerte suelta...

Dicaroa (el perro) tenía razón, en tierra ajena jamás se podrá descansar a muerte suelta… Sin embargo, desde hace mucho, Chiapas no es ajena para Arcadio ni Arcadio ajeno para Chiapas.

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
Mayo de 2008

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