¿Pinocho?

¿Pinocho?
De ningún modo, es el canshapito posando con una su mascarita de parachiquito

viernes, 15 de abril de 2011

Casa de citas/50


La economía mundial 
y los quesos
Héctor Cortés Mandujano

Oigo la publicidad de un circo que parece venir de todas partes y de ninguna. “Por primera vez en Berriozábal, Berriozábal…” El sonido no es alto, pero es claro. Un ronroneo, a la par, viene del cielo y no se quita. Salgo al patio y veo lo que ocurre, eso sí, por primera vez, creo, en mi pueblo: un avioncito amarillo da vueltas y vueltas por el poblado. De allí viene la voz alharaquienta, circense.

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En Corresponsales en peligro (The Hunting Party, 2007, dirigida por Richard Shepard) dice uno de los personajes: “Cuando se pone una botella al centro de la mesa, el Diablo ríe en un rincón”.

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En “La gitanilla” (Novelas ejemplares, tomo I, Editorial Castalia, 2001), de Miguel de Cervantes, una historia que por cierto han copiado hasta el hartazgo en el cine y la televisión (la gitana hermosa que resulta ser la hija de una señora riquísima), se habla de algo que ya no tiene sentido en la actualidad. Lo dice un enamorado de Preciosa (p. 98): “Con ella es de cera mi alma, donde podrá imprimir lo que quisiere”. Ah, la desaparecida cera.
            En un pie de página hay una información interesante, que explica el final de un verso (p. 113): “Colgadas del menor de sus cabellos/ mil almas lleva, y a sus plantas tiene/ amor rendidas una y otra flecha”. Dice el pie: “Una y otra flecha: las flechas de cupido, una de las cuales era de oro, y engendraba amor, y la otra era de plomo, y engendraba odio”.
            Preciosa, esta gitanilla, aparece también, muchos años después (Cervantes editó la novelita en 1613) en el famoso poema “Preciosa y el aire”, de Federico García Lorca.

La mayoría de los grandes escritores han usado para sus creaciones el lenguaje popular, en exaltación o burla. Cervantes, en “Rinconcete y Cortadillo”, estos rufianes a los que se renombra con sucedáneos de sus apellidos —Rincón y Cortado—, se reproduce esta diálogo entre Rincón, que será Rinconcete, y un mozo (p. 236):
            —¿No es peor ser hereje o renegado, o matar a su padre o madre, o ser solomico?
            —Sodomita querrá decir vuesa merced –respondió Rincón.
            —Eso digo –dijo el mozo.

El licenciado vidriera es una novela extraña, fantástica. Dan a Tomás un hechizo y pasa seis meses en cama, lo sanan del cuerpo, pero queda mal de la cabeza y se imagina (p. 429) “el desdichado que era todo hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguna se llegaba a él, daba terribles voces pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen, porque le quebrarían”.
            En esta historia dice Cervantes algo que bien podría aplicarse al lugar común que afirma que Chiapas es tierra de poetas (p. 434): “Respondió que del infinito número de poetas que había, eran tan pocos los buenos, que casi no hacían número”.

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He leído cuanto he podido de los moneros Jis y Trino, juntos y por separado. Creo que mi hija y yo podríamos incluirnos en la categoría de admiradores acríticos, pues todo lo que leemos de estos dos tapatíos desmadrosos nos divierte, nos da risa. Me compré Asuntos moneros, cartas 1997-2009 (Sexto piso, 2009) donde los dos se preguntan y se responden sobre cuestiones más bien domésticas, íntimas. Estas dos son reflexiones de Jis (p. 57): “Una buena peda (como un buen cuadro, una buena conversación, un buen palo) es un arte difícil de lograr” y (p. 58): “El ocio es el manantial sagrado de la creatividad”.

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Disfruté hace tiempo Lecciones de cine, 20 entrevistas de Laurent Tirard quien es, al mismo tiempo, periodista y director cinematográfico (en este volumen estaba por rodar su primera película). El hombre sabe bien su cuento y hace que cada cineasta dé clase magistral sobre su quehacer.
Fui después al Festival de Cine de Morelia y allí me hallé con la sorpresa del tomo dos: Más lecciones de cine (Paidós, 2008), 19 entrevistas con directores famosos y reconocidos. Me lo bebí.
            Tirard ya estrenó su cinta y evidentemente tuvo muchos consejos de estos grandes para su labor. Aquí algunos que también pueden aplicarse a otras áreas artísticas y, desde luego, a la escritura. Milos Forman dice (p. 18): “La principal lección que creo haber aprendido en materia de puesta es escena, y que a mi vez trato de enseñar, se basa en el siguiente principio: lograr decir la verdad sin ser aburrido”.
            Escribir es nada sin la invención. Por supuesto. Bertrand Blier lo dice claro (p. 26): “Escribir un guión no quiere decir nada. Lo que cuenta es inventarlo”. Dice algo que también es básico (p. 31): “La puesta en escena siempre está al servicio de la historia”.
            Claude Chabrol plantea algo que, como error, siempre me ha parecido, cometen muchos directores (p. 66): “El actor está hablando, introduce su mano en el bolsillo para sacar un pañuelo, y la cámara acompaña su movimiento. ¿Para qué? Si nos divierte seguirlo todo es porque no hay punto de vista. Tiene una apariencia de estilo, pero no es un estilo en absoluto, es sencillamente que no se sabe seleccionar”.
            Eso pasa mucho también en literatura: se describe un vestido, una cara, una casa sin ningún sentido, nomás por describir. Por eso me asombra ver películas donde hay infinidad de acciones que se notan sin un seguimiento de close up. Iba a escribir sobre ellas, sobre la lección que dan de acciones continuas que quedan en el contexto general, antes de hallarme esta declaración. Están dirigidas, faltaba más, por dos grandes del cine. Nomás las apunto: El halcón Maltés (The Maltese Falcon, 1941, dirigida por John Huston) y Un tranvía llamado Deseo (A Streetcar Named Desire, 1951, dirigida por Elia Kazan).

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Édgar, uno de mis sobrinos, fue desde niño un brillante alumno. Ganó becas y reconocimientos. Estudió su licenciatura en una escuela de paga y allí también ganó de todo, entre otras cosas un viaje a Europa como parte de un proyecto. Volvió a nuevos asuntos a Europa y de allí le salieron posibilidades de visitar otros continentes.
Ganó más y más reconocimientos en sus posgrados, de modo que fue conociendo muchas partes de mundo. Con algunos idiomas dominados se fue metiendo en los intríngulis de las economías de continentes, regiones y países. Lo contrató una empresa del norte de México, con un salario estratosférico que le permite viajar con frecuencia a su tierra, Chiapas, de la que no puede desprenderse.
            Su mamá, sin embargo, sigue haciendo queso de la leche producida en el rancho que desde años poseen. Un día, en Coita, este joven brillante, otro de sus tíos y yo tomábamos café y charlábamos. Él, entonces, comenzó a explicarnos sobre la producción de los países, sobre las luces y sombras económicas regionales, continentales, del mundo.
La conversación devino conferencia y lo dejamos citar cifras, enlazar argumentos, afirmar conocimientos especializados que, poco a poco, de la maraña inicial y amplia, fueron arrojando luces a nuestros cerebros poco dados al análisis de estos asuntos complejos; su pasmosa seguridad, su profusa información nos aclaraba con puntualidad lo que estaba mal en ésta y en aquella economía. Él sabía el rumbo que debía tomarse y nosotros nos dábamos cuenta de lo ñoños que son y han sido los que gobiernan la tierra.
            Nos tenía en un puño cuando abandonando lo mundial comenzó a derivar a Latinoamérica y a puntualizar acciones perentorias para salir de la crisis. Casi con pena le interrumpió uno de nosotros con una pregunta tímida:
            —¿Y México?
            Édgar, entonces, pareció remover el fuego de sus datos y nos mostró enfático los problemas nacionales. Puso un acento aquí, otro allá; subió la voz, tremoló en algún momento. Resolvió, de pronto, todos nuestros problemas. Ya éramos un país rico.
            —¿Y Chiapas?, nos animamos.
            Cualquier gobernador que amara el estado hubiera dado media vida por oír lo que esta mente prodigiosa logró mover, corregir, potenciar, solucionar en nuestra tierra. Nos tenía absortos, cuando casi sin querer dejó caer su vista en su reloj fino.
            —Híjole, discúlpenme, pero me tengo que ir —nosotros supusimos que tendría un enlace con un jeque árabe, con el presidente de EUA, con un jefe del mundo: nada de eso—, le tengo que ayudar a mi mamá a hacé los queso que nos encargaron.   

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Camino por Berriozábal y hacia mi encuentro viene un joven ofreciendo un periodiquito local. Lo que vocea me produce escalofríos:
—Lea todo sobre el enfrentamiento en Berriozábal…
Qué horror, pienso: un enfrentamiento entre narcotraficantes y la policía o el ejército, y yo sin enterarme. La espiral de violencia ya ha tocado este pequeño poblado que, en general, era muy tranquilo.
Se acerca y dudo entre comprar el diario o no; no sé si algo ganaré enterándome o mejor sigo en la ignorancia.
—Lea todo sobre el enfrentamiento…
Ya estamos a punto de cruzarnos cuando escucho la letanía completa. No es buena, pero no es tan mala. Suspiro.
—Lea todo sobre el enfrentamiento… a machetazos entre dos ejidatarios.

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Hace tiempo no veía a una de mis sobrinas, hija de mi amada prima Naty. La vi hace un momento porque un amigo me envío el número de Playboy, era aeromoza, donde aparece desnuda. Ha crecido bastante. 

Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

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