¿Pinocho?

¿Pinocho?
De ningún modo, es el canshapito posando con una su mascarita de parachiquito

lunes, 18 de enero de 2010

Viaje astral o algo parecido


A la luz parpadeante de la noche

¿Te has preguntado por qué a veces los grillos silencian su concierto? ¿Por qué el viento se oculta en los troncos huecos de los árboles y las hojas secas lucen abandonadas en el camino nocturno? ¿Por qué los porqués, te has preguntado?

Te diré: Hay noches (no todas) en que mi pensamiento se desprende de la cabeza del cuerpo que habito y como enorme perro negro —con brillantes ojos que crepitan, con saliva ardiente que derrite rocas, con pesados pasos que revientan sompopos— va, gran galgo, en tu búsqueda.

Esas noches los elementos de la tierra evitan dar señas de existencia. Buscan con ansias el mimetismo de la transparencia, la irrelevancia del polvo, pues temen ser consumidos por la lumbrera de los ojos caninos, deshidratados por la sauna de su aliento, preñados por las ansias de su sexo.

En su carrera bandida, se lacera la piel en las espinas de los arbustos, en las astillas de los troncos, en los alambres de los corrales, en las puntas de las estrellas.

Cuando pasa por los pueblos semidormidos escucha ladridos menores a los que eventualmente responde. Asusta a los borrachos que duermen en los parques. Busca las periferias donde las mujeres aún salen a jugar con Selene a media noche, ¿has escuchado que algunas se embarazan con la luna?, pues es verdad.

¿Has sentido cómo el viento helado de tu rumbo se cuela por las ventanas cerradas? Es mi perro que ha llegado. ¿Has sentido cómo una presencia respira a tu lado? Es mi perro que te ha encontrado. No temas, no es a ti a quien busca exactamente, sino a tu pensamiento que es una perra blanca magnífica, de pelaje fino.

No sé qué encuentra mi perro en tu perra, pero después de la batalla el pensamiento regresa a casa, convertido en un cachorro tímido, a lamerse las heridas.

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