¿Pinocho?

¿Pinocho?
De ningún modo, es el canshapito posando con una su mascarita de parachiquito

domingo, 21 de marzo de 2010

Las tragedias del Sumidero

-Las paredes de más de mil metros de altura, cortadas casi a tajo, custodian numerosos misterios que las aguas del Grijalva susurran

Hasta hoy, Grijalva,
tu conquista volcada
sobre las asperezas y la arena
de esta piel espesa y chiapaneca de la tierra,
sólo ha venido a embrujar la selva.
Sobre tus márgenes ignotas y pobladas
tiembla de agobio la humedad encajonada,
suda la fuerza, la lozanía se hunde;
y llenos de desesperación: el desenvolvimiento,
el hombre, ofrecen por las noches un ramo de tragedia.
Mariano Penagos Tovar

Es septiembre de 2006. Adam Gibson, de 29 años de edad, de origen australiano, y una de las principales figuras a nivel mundial del deporte extremo conocido como Salto Base, pasa de ser un espectáculo novedoso en el estado y de cobertura internacional a noticia trágica: pierde la vida al lanzarse al vacío y estrellarse contra las paredes casi cortadas a tajo del Cañón del Sumidero.
La tarde era favorable para una exhibición de este tipo. Gibson aguardó su turno justo después de su esposa, ella saltó desde el mirador “El Roblar”, él la siguió, pero sólo uno aterrizó. Con lágrimas en los ojos la mujer dio la mala: su compañero no logró descender. El cuerpo sin vida fue encontrado dos días después tras un intenso operativo de rescate. Se dijo que un “inesperado” viento lo estampó contra la vertical.

El Cañón del Sumidero, accidente natural o capricho adrede, alberga en sus murallas de más de mil metros de altura y sus 25 kilómetros de largo una enigmática tradición. En su historia más reciente —el siglo pasado y lo que va de éste— han acontecido sucesos con un halo de gloria y tragedia, que para algunos, más susceptibles a los ligeros cambios en las fuerzas de la naturaleza que otros, no son producto de los infortunios de la casualidad o el descuido.
Quizás a la mente de los pobladores más viejos de las márgenes del río Grijalva retornen las historias que dan cuenta del origen legendario de su pueblo (el Sumidero es el sitio elegido por los dioses) y de un caudal misterioso y vivo, que ha sido, a lo largo de su milenaria existencia, la tumba de agua del intruso.

Primera tragedia
La leyenda-histórica nos cuenta que los primeros habitantes de la región provinieron de Sudamérica, de Paraguay o Nicaragua, o de ambos. Las huestes nómadas emigraron para dar cumplimiento a un símbolo religioso. Su dios tenía una representación material donde estaban en pugna el bien y el mal: Una roca blanca que simboliza el mal por su naturaleza áspera, y un cardo sobre ella, llamado Yerba Sagrada, que se desliza por las grietas de la piedra para producir las luces del bien.
Guiados por el indomable Nucadilí y aconsejados por el sabio Nuyí, los migrantes se embarcaron en balsas y siguieron la dirección de las aguas del río de Las angosturas… Los hombres que iban adelante dieron los gritos de alerta cuando identificaron la gran cortadura del Sumidero. La tradición se había cumplido: aquel lugar era el elegido para instalar su pueblo: el Dios Roca Blanca de la mitología chiapaneca fue hallado en las paredes del cañón; la Yerba Sagrada, en los numerosos cardos que encontraron en las grietas.
Este acontecimiento coincide con aquel pasaje conocido del historiador Remesal que dice: “Vinieron antiguamente de la provincia de Nicaragua unas gentes que, cansadas de andar y de las descomodidades que la peregrinación trae consigo, se quedaron en tierras de Chiapas, y poblaron en un peñol áspero a orillas de un Río Grande que pasa por medio de él, y fortalecieron allí.”
La primera noticia trágica que tenemos de esta dupla (Sumidero-Grijalva) es el heroico final de la raza guerrera de los chiapanecas. Se cuenta que cuando los españoles, al mando de Diego de Mazariegos, atacaron Soctón Nandalumí, capital de los chiapanecas, los nativos, al verse superados en armas y número, prefirieron arrojarse, con todo y familia, desde una cumbre del cañón, a ver a su gloriosa raza reducida a la esclavitud.
En este episodio, el bravo guerrero Jaltón, al contemplar la conquista de su patria, con una mueca de desesperación exclamó a la mujer amada y a su tierra: “Adiós, Nimbalarí. Adiós, patria mía. Preferible es morir a vivir esclavo”. Y, como si la naturaleza reaccionara ante la embestida del enemigo intruso, tembló el Sumidero.
Conquista mortal
Algunos dicen que el ejército español, suponiendo que los chiapanecas que se arrojaron al río seguían con vida, organizó una expedición para darles alcance, y se internó en el cañón a través de la caudalosa corriente del Grijalva, lo que le costó una “misteriosa desaparición”.
A principios de la tercera década del siglo pasado, el profesor Marcos E. Becerra presentó su estudio “El Sumidero del alto Grijalva” a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, en el que detalla pormenorizadamente la información que hasta el momento había logrado recabar en las diversas exploraciones que había realizado acompañado de algunos amigos.
Dice que las únicas exploraciones dignas de confianza son las realizadas a partir de 1915 (curiosamente las que él realizó), y que en total son nueve al momento de presentar su estudio (1922). Los exploradores de éstas son: Vicente Liévano, Raúl Rincón Ocampo, Francisco Vila, Raúl Isidro Burgos, Julio Orozco, Francisco Cuartero, Fidel Villafuerte, Pipino Rosales, Austacio Altamirano, Francisco Araujo, Antonio Puig, Eliseo Palacios, Pioquinto Palacios, Alfonso J. Cruz, Guillermo Gugelmar, Zacarías Esponda, Ranulfo Penagos, Eduardo Rabasa, Edmundo Farrera, Rafael Grajales, Lisandro López, Carlos Cáceres. No se reportó tragedia alguna.
No obstante, el profesor Amador Hernández C., en un artículo publicado en la desaparecida revista Palabra (Nº 19 y 20), nos dice que el Sumidero despertó marcado interés en otros grupos, nacionales y extranjeros, de montañistas, alpinistas y exploradores, que arribaron al estado hacia finales del siglo XIX para intentar conquistarlo.
En 1895, los franceses Pedro Castinel, Esteban y André Feudón se embarcaron en el paso de Cahuaré. En su pequeño viaje pasaron por el sitio conocido como La Ceiba, pero al poco tiempo los terribles rápidos les truncaron su existencia y les hicieron desaparecer. En 1939, “dos grandes exploradores internacionales”, uno belga y el otro francés, fueron arrebatados por la fuerza y profundidad de la “abismal” corriente “y pagaron con su vida la osadía de querer conquistar al Sumidero”.
Exactamente 13 años después, en 1952, los montañistas Robert Thorner y Carlos Palomé Gómez hicieron un cuidadoso estudio del cañón. En 1955, en compañía de sus respectivos hermanos: Jack Thorner y Eduardo Palomé Gómez, se embarcaron en Cahuaré, pero sólo avanzaron escasos cuatro kilómetros en ocho días; requirieron de la ayuda de los lugareños de la alta ribera para salir y salvarse. En 1957, los extranjeros lo volvieron a intentar, pero al ver que sus esfuerzos eran en vano retornaron a su país y nunca más se supo de ellos.
Un año más tarde, el general Francisco J. Grajales, gobernador del estado, organizó una expedición con elementos del Colegio Militar, capacitados y con el más sofisticado equipo, encabezados por los hermanos Palomé Gómez… Se tuvieron que realizar difíciles maniobras en helicópteros para salvarlos.
Vino a acrecentar la leyenda de que el Sumidero no sería conquistado por extranjero, el hecho de que en 1959, el español Francisco Fernández Alberdi, piloto aviador, guerrillero, y famoso navegante del río Congo en África, se embarcara en el consabido Cahuaré para nunca más regresar (sus restos, semidevorados por los caimanes que moran en los recodos del cañón, fueron encontrados al final del río).

Tepechiapan, un sitio de poder
Causó verdadero asombro, desde los primeros estudios formales sobre el cañón, el nombre Tepechiapan (“agua debajo del cerro”, en lengua chiapaneca) con que se designaba al lugar (de ese vocablo surge, por aféresis, Chiapan y luego Chiapa), porque suponía que en algún punto, al chocar con el macizo de la cortina orográfica, el río se sumía, perforaba la roca, y resurgía, como un manantial, en la vertiente opuesta; de ahí que se le conozca como el Sumidero.
Hoy sabemos que ese “sumidero” no existe; ya el profesor Marcos E. Becerra lo aseguraba en 1922, pero también decía: “…es probable que en otro tiempo sí se haya formado. El nombre de Tepechiapan podría haber sido puesto en tiempos en que fuera frecuente la obstrucción del río (en la época de grandes lluvias subsecuentes a largas sequías) por derrumbes de inmensos bloques pétreos, algunos de los cuales se ven aún emplazados en medio de la gran cuenca.
Entonces el sumidero se formaría para dar salida a la inundación producida por el estancamiento de las aguas en las comarcas interiores, y a favor de las oquedades que el desajuste del conglomerado de peñascos permitieran.”
De estas obstrucciones surgió un relato interesante, que ha llegado a nuestros días gracias a la tradición oral de los habitantes del pueblo de Suchiapa:
Se cuenta que los hechiceros o brujos que habitaban la región alta del río intentaron taponar con enormes rocas, peñascos enteros, el paso del Sumidero para inundar las poblaciones de Suchiapa y Chiapa. De esta leyenda da cuenta una mole pétrea empotrada a mitad del río Suchiapa (afluente del Grijalva) en el paraje llamado Piedra Parada o el Boquerón. El malvado intento de los vecinos enemigos fue frustrado por las artes místicas de los hechiceros surimbos.
La historiadora Ana María Rincón, quien ha dedicado gran parte de su vida a la recopilación de relatos, cuentos, leyendas y tradiciones en torno al río y al cañón, plantea una hipótesis metafísica:
Con base en la filosofía religiosa mesoamericana se entiende porqué un sitio es sagrado para alguien, para el creyente. El cañón tenía varias zonas arqueológicas, se sabe que los indígenas prehispánicos se las ingeniaron para cruzar de extremo a extremo la grieta, se encontraban de vez en vez, antes de la inundación provocada por la construcción de la presa Chicoasén, pinturas rupestres en las rocas y utensilios de cerámica en las cuevas; de modo que estos sitios eran de comunicación, donde las gentes de poder se fortalecían, porque son como umbrales para contactar a las entidades celestes y del inframundo.
“… Me cuentan algunas personas de poder, que por obvias razones no puedo revelar sus nombres, por lo menos no sin autorización, que el hecho de que estos sitios hayan quedado bajo el agua no importa, porque el agua es un elemento de la naturaleza, los sitios siguen ejerciendo su influencia, siguen abiertos los umbrales.”

Pañuelo Rojo
H
emos visto cómo pasaron siglos sin que se pudiera doblegar la voluntad del Cañón del Sumidero, muchos fueron los temerarios que intentaron conquistarlo y caro pagaron su atrevimiento. De lugares lejanos vinieron a probar suerte, la mayoría eran hombres experimentados, con recursos, equipo, y sobrada voluntad, pero la leyenda se fortalecía: ningún intruso, extranjero, tendría la gloria.
Por fin, para 1960, ocho chiapanecos, tuxtlecos, lograron lo que nadie: conquistar el indomable Sumidero. Los miembros de aquella histórica expedición tenían entre 17 y 39 años de edad, medían entre 1.65 y 1.70 metros y, como promedio, pesaban 53 kilogramos; es decir, ciudadanos comunes y corrientes.
Ellos eran Jorge Narváez, profesor de secundaria y jefe del grupo; Salvador Castillejos, boticario; Maximiano Castillejos, maestro rural; Eneas Cano, burócrata; Nabor Vázquez y Martín Pérez, artesanos; Rodolfo Castillejos, mecánico; y Ramón Alvarado, burócrata.
La agrupación tomó el nombre de Pañuelo Rojo de un popular son de marimba, y se dice que antes de la empresa se ejercitaron durante ocho meses con gimnasia, marchas forzadas, navegación en condiciones críticas, práctica de montañismo y exploraciones preparatorias. El buen entrenamiento les permitió compensar la falta de equipo: sólo disponían de 5 mil pesos donados por el gobierno de Chiapas y la colaboración de empresarios y comerciantes tuxtlecos. Ellos mismo fabricaron sus uniformes de color rojo, y compraron por 250 pesos una balsa de hule usada, y construyeron otra con cámaras de tractor. Por otro lado, sólo tenían 40 metros de cable de algodón y una cámara de cine prestada. A juzgar por la situación, todo era una locura.
El periodista José Luis Beteta escribió en 1978: “Los expedicionarios cuentan que para poder acampar por las noches en alguna playita en un recodo, primero hay que invertir una o dos horas matando a machetazos las víboras venenosas que surgen de todos lados; después, luchar a pedradas con tropas de changos que se arrojan sobre los humanos mitad por curiosidad, mitad por robarles la comida; en seguida, asegurarse que el lugar no esté cercado por los lagartos, cuya piel es tan dura que sólo es posible matarlos con rifles de alto poder o fuertes arpones; a continuación, encender fuego y montar guardias para prevenir ataques de pumas o gatos monteses; y por fin, resignarse a los mosquitos, inmunes a todo repelente y capaces con sus aguijones de atravesar camisas de mezclilla.”
La expedición partió casi en la total indiferencia, y es de comprenderse, porque antes se habían ejecutado empresas mejor planeadas, mejor equipadas, mejores en otros muchos aspectos, pero carecían de la territorialidad, del respeto por las fuerzas naturales, de los fenómenos que ahí ocurren: dentro del cañón las tormentas se forman y disipan repentinamente, se desatan vientos terribles que alcanzan la fuerza del huracán, hay tramos en los que el río parece correr en absoluto silencio y provoca un desasosiego físico que raya en las nauseas, los rápidos de hasta 100 kilómetros por hora sorprenden en un parpadeo, el furioso rugir del cauce ensordece. Es algo más que un paseo en lancha.
Habla, de nuevo, la historiadora Rincón: “Maximiano Castillejos me contó que los pobladores de la región le dijeron que el cañón era sagrado, que estaba cuidado por muchos espíritus y que tenían que pedirles permiso para que los dejaran cruzar. Me dijo que así lo hicieron, antes de entrar se detenían un instante y les hacían el pedimento a los espíritus.”
La compañía Pañuelo Rojo regresó en pleno delirio: los héroes fueron recibidos con fuegos artificiales, coronas de flores y discursos del gobernador. Les regalaron unas medallas hechas con pesos dorados en un taller de galvanoplastia de Tuxtla.

Recientes tragedias
23 de diciembre 2009: Dos personas murieron y ocho resultaron heridas al impactarse dos lanchas turísticas en las aguas del río Grijalva. En el accidente fallecieron Raymundo Ochoa Rojas, de 60 años de edad, originario del Distrito Federal, residente en Chiapas hacía un año; y Karina Pérez Serna, de 27 años, oriunda de Pachuca, Hidalgo. Llama la atención que las víctimas también fueran foráneas.
08 de febrero de 2010: Una lancha de la cooperativa Namduimé, en la que viajaban 38 personas, chocó contra un tronco flotante y se volcó, 16 pasajeros resultaron heridos, no hubo pérdidas humanas. La mayoría eran turistas de otras latitudes.
15 de febrero de 2010: Se reportó la muerte de tres personas (luego se confirmaría una cuarta), dos desaparecidos y 38 lesionados, dos de gravedad, tras la volcadura, en las aguas del Grijalva, de una lancha de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas. En el aparato viajaban 40 locatarios del mercado de Acala.

El Cañón del Sumidero y el río Grijalva aún custodian numerosos misterios. Baste este recuento para reflexionar sobre las consecuencias de no prestar oídos a los antiguos consejos y advertencias. No es la primera vez ni el único caso en que la naturaleza sorprende al hombre y le hace recordar la necesidad obligada de estar en armonía con su entorno.

Ilustraciones: Toshiro (Tragedia del Cañón)

Manuel Suasnávar (Conquista del Cañón)

1 comentario:

  1. EXELENTE NARRACION NECESITAMOS DARNOS CUENTA DE LA GRANDEZA MAGICA Y HERMOSA QUE SIGNIFICA PARA LOS CHIAPANECOS EL EXHUBERANTE CAÑON DEL SUMIDERO SOBRE TODO PARA LOS VISITANTES NACIONALES Y ESTRANJEROS VAYA COMO UNA ADVERTENCIA PARA QUE SE RESPETE EL SANTUARIO NATURAL Y YA NO INTENTEN MOLESTARLO CON SUS DEPORTES EXTREMOS ORGULLOSO SOY DE NACER CHIAPNECO

    ResponderEliminar